De seguro que todos recordaran los silbos que nos
daban nuestros padres cuando, jugando, nos salíamos del alcance de su vista. Lo
mismo podía ser desde la azotea que del medio de la calle, cuando los coches no
hacían tanto acto de presencia y era costumbre colocarse en medio
Me viene a la memoria la imagen de aquellos padres
que se desgañitaban dándonos gritos y silbos a la orilla de la marea para que saliéramos
del agua, entre la gritería de lo niños y los adultos no se podía oír nada, por
lo tanto, no nos enterábamos. Al salir, tiritando de frío y arrugados como
pasas, nos esperaba de nuevo la chola para hacernos entrar en calor.
Aunque estos silbos nos traen recuerdos de la niñez,
nada tienen que ver con el arte de los gomeros para ejecutar ese silbo único en
el mundo.
Las primeras referencias nos llegan de los cronistas
que acompañaron a Juan de Bethencourt en 1404, a los que llamó poderosamente la
atención, llegando a pensar que lo ejecutaban solo con los labios y que
carecían de lengua, lo que los llevó a conocerlos como hombres sin lengua.
Se dice que el potente silbido se puede escuchar
hasta una distancia de diez kilómetros. La magia la produce la colocación de
los dedos, la lengua y los labios con los que modulan los diferentes sonidos.
Para llegar a ser buen silbador, la enseñanza debe
empezar a muy temprana edad y continuar practicando hasta el fin de los días.
Por suerte existen escuelas especializadas donde se imparten clases a los niños
desde bien pequeños. Se da la característica de que el silbo de la mujer no
alcanza igual distancia que en el hombre, sin embargo, su oído percibe los
sonidos desde distancias más lejanas.
La orografía de la isla obligó al hombre a usar este
tipo de lenguaje para comunicarse con; médicos, vecinos o familia.
Hoy es sustituido por los mensajes de whatsapp, pero
nunca igualaran la dulzura y personalidad de nuestro silbo gomero.
María Sánchez.
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