dedicado a Lucia
autora:Mary Almenara
Teniendo la Semana Santa, casi a la vuelta de la
esquina, consideré que sería conveniente hablar de uno de nuestros platos
típicos y estrella en fiestas tan sagradas como las que se acercan. El sancocho
se prepara guisando el pescado que suele ser; cherne, corvina o sama
acompañados por las papas y la batata.
Estos, van unidos a una cogida de papas en un
cachito de tierra que poseían unos familiares en el lugar conocido como “Las
Tapias” en el barrio del Calero.
Muy de mañana se reunían; amigos, familiares y
vecinos. Todos a una arrimaban el hombro para, antes de que el sol calentara,
empezar con la faena dura y trabajosa de la recogida.
En primer lugar, un grupo de hombres se encargaban
de cortar las ramas, el segundo cavaba la tierra para hacer asomar la papa que era
recogida por las mujeres.
La chiquillería iba detrás “apañando” las chicas y
las cortadas por el sacho.
Mientras se ejecutaba este trabajo en las tierras,
las mujeres mayores se encargaban de poner el sancocho al fuego, y, poco a poco,
el olor iba apoderándose del aire hasta llevarlo a la nariz de los trabajadores,
a quienes la boca se les iba haciendo agua.
De aquellos sancochos de mi infancia a los de hoy, ha
habido algunos cambios, sobre todo en la pella. Esta se elaboraba amasando el
gofio con el agua, a poder ser y según el gusto de los comensales, con la misma
con la que se hizo el pescado y un pizco de ron.
Normalmente este trabajo recaía en un hombre que, o
bien en la palangana o en un zurrón, lo unía todo para luego darle la reconocida
forma de pella.
No podía faltar el mojo encarnado con la pimenta de
la P.M. el casco de cebolla, y algún higo pasado o dátil.
Hoy, la pella, más parece un turrón de la Moyera que
aquella que tanta hambre quitó a los canarios. A las de hoy se les pone desde;
almendras, pasas, miel, plátanos y todo lo que la mente logra alcanzar.
También recuerdo con cariño el momento del almuerzo.
Para ello se ponía en el suelo un saco de pita a modo de mantel, limpio como
los rayos del sol, en el centro la pella, la cebolla, los higos que se esparcían
por todo el paño, la botella de ron para los hombres y el anís para las
mujeres.
Alrededor y, sentados en el suelo, todos los
comensales quienes, esperaban pacientemente a que la dueña de la casa hiciera
la cruz sobre la pella, para a continuación darle los tan conocidos cortes que
la dividía en pequeñas porciones.
A medida que el ron calentaba la garganta, alguien rompía
el silencio con una isa, folia o malagueña.
Estas son las costumbres de mi tierra.
María Sánchez.
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