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martes, 24 de diciembre de 2019

Juntas en la pobreza


 Marisol Ayala.
No sabría distinguir quién es la madre y quién la hija. No parecen que estén muy equilibradas. Van de la mano. Cada mañana se sientan en un banco de mi barrio y desayunan un café con leche que compran en un bar amigo. Compran un bollo y se lo comen a medias.

Siempre que las veo trato de saber algo más de ellas. La madre es una anciana, flaca, de pelo largo y canoso que cubre sus huesos con una especie de pijama y un abrigo al que le faltan dos botones. Y la hija, cerca los 50 años, con pantalón corto y un zapato distinto al otro. No sé si son la imagen de la pobreza o dos enfermas mentales. Se tratan como dos niñas. Ríen, hablan alto y no escatiman un “buenos días” a todo el que pase a su lado. Pagan con lo que tienen en el monedero, siempre poco. Pese a todo se las ve felices, ajenas a su desaliño. Algún cliente les compra un bocadillo que guardan en un bolsillo. La semana pasada tenían calcetines y zapatillas de verano. Cuando entran al bar se sientan en la barra y hablan y hablan. Hace unos días su conversación giraba en torno a la Navidad; preguntaban cuando es. “¿Puede apuntarme cuando vienen los Reyes?”, piden al camarero. “Primero es la Navidad y después los Reyes”, le aclaran. Les escucho hablar del bolso y la muñeca que alguien dejará en sus zapatos. No parece importarles otra cosa que estar juntas. Los vecinos que las conocen dicen que viven en una casa tan destartalada como ellas. Ya sé que el almuerzo lo tienen cubierto gracias a una vecina que los paga por semanas. Hace unos días contaban eufóricas que les regalaron una bolsa con turrones y sidra. Ya sé dónde viven y también que alguien que les paga agua y luz les lleva comidas preparadas para consumir.
Solo les falta ropa térmica pero la tendrán, no lo duden.
fuente:  https://marisolayalablog.wordpress.com/

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