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jueves, 3 de octubre de 2019

El valor de la rutina

 Marisol Ayala.
Tenía una ceja cana. Siempre fue guapo pero lo que hace años eran un par de pelos blancos hoy las canas traviesas han invadido las dos cejas. Digo lo de las cejas porque gracias a ese detalle le recordaba vagamente.

Cuando le conocí hace unos veinte años, celebraba con su familia el día que fueron agraciados en un sorteo millonario y los periodistas tomamos el local. Hablamos de 450 millones de pesetas; aún no había llegado el euro. Eran tiempos en los que si localizabas una noticia menor la compartías porque en el fondo sabíamos que de exclusiva nada. Ese día recuerdo que el chico, 16 o 17 años se colocó al final de la barra huyendo de los periodistas insaciables que trataban de saber qué harían los agraciados con los millones. Total que al día siguiente la prensa publicó lo que a la familia le ilusionaba; comprar varios apartamentos en el Sur de Gran Canaria porque con el dinero ganado lo podían hacer. No diré que cerraron el restaurante donde trabajaba prácticamente, pero creo recordar que cada uno buscó su camino y punto.
No los volví a ver, pero sí supe que compraron un chalet descomunal en Firgas. Querían mostrarle a la prensa la casa que estrenaban. Se les veía felices, pero escasamente generosos; de hecho, sacaron unas sidras El Gaitero para brindar por su suerte. Hace unos meses paré un taxi. No habían transcurrido más de cinco minutos cuando el chófer giró la cabeza y me saludó por mi nombre. Le reconocí. “¿Qué haces conduciendo un taxi?”. Me contó que la fortuna animó a su padre a cerrar el restaurante y él nunca superó el cierre. “Estuve en psiquiatras y me aconsejaron comprar un taxi e iniciar una nueva vida. El dinero me puso al límite; me sacó de mi rutina”.

fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/

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