En un mundo donde las certezas han dejado de ser sólidas, Europa vive una etapa de reconstrucción de su idea de seguridad. Las últimas décadas nos hicieron creer que la guerra era un capítulo superado en nuestro continente, casi un recuerdo lejano. Sin embargo, la realidad ha vuelto con crudeza: desde el norte nos llegan ecos de cañones y ambiciones imperialistas que creíamos enterradas bajo los escombros de la Guerra Fría. Y España, como nación europea, no es ajena a esa amenaza.
Pero nuestro país, a diferencia de otros vecinos, mira también al sur con preocupación. La frontera española no termina en los Pirineos, ni tan siquiera en Algeciras. Se extiende hasta las aguas que abrazan Ceuta, Melilla y el archipiélago canario. España convive con una doble presión estratégica: la común a Europa y la específica de un entorno geopolítico en permanente ebullición.
En este contexto, la defensa ya no puede considerarse un lujo ni un gasto prescindible. Es una inversión esencial. Una defensa fuerte garantiza la disuasión: nadie cuestiona la soberanía de quien demuestra capacidad para protegerla. La historia europea está llena de ejemplos que confirman que la debilidad es un imán para la agresión. Y España no puede permitirse ese error.
Del sur llegan señales inquietantes, revestidas de discursos que erosionan la legitimidad de nuestras fronteras. España debe estar preparada para hacer frente a las reivindicaciones territoriales de Marruecos, un país que no oculta sus aspiraciones sobre Ceuta, Melilla y Canarias. La diplomacia es necesaria, imprescindible incluso; pero sin una fuerza militar sólida tras ella, la palabra pierde firmeza y la negociación se convierte en súplica.
En juego no está solo un pedazo de tierra, sino lo que esa tierra representa: soberanía, libertad, democracia. Valores que España ha consolidado con esfuerzo y sacrificio. Nada de ello puede ponerse al albur de la voluntad de otros. No podemos repetir episodios vergonzosos como la cesión del Sáhara Occidental, cuando la improvisación y la falta de visión estratégica empañaron para siempre una parte de nuestra responsabilidad histórica.
El mundo ha cambiado. Las amenazas no se cuelan únicamente en forma de ejércitos regulares: también vienen camufladas en crisis migratorias manipuladas, ciberataques, campañas de desinformación o presiones económicas. Y para todo ello se requiere una defensa moderna, profesional y respaldada por un auténtico consenso de Estado.
España es una nación respetada, pero ese respeto debe alimentarse cada día. No estamos solos, formamos parte de la OTAN y de la Unión Europea; sin embargo, nadie defenderá con más convicción nuestra casa que nosotros mismos.
La paz no se mendiga. Se garantiza. Y para garantizarla hay que estar preparados.
Porque, aunque sea una verdad tan antigua como la historia misma, sigue siendo vigente:Si quieres la paz, prepárate para la guerra.

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