
Pasea sus ojos, medio cerrados a causa del sueño, por la estancia casi en penumbras recordando con tristeza que mañana es Navidad.
Lentamente se incorpora en la cama. Con el pelo revuelto y descalza se acerca para contemplar el jardín donde las flores lucen tintineantes gotas que el rocío de la noche depositó en ellas como brillantes perlas.
Cubre su cuerpo con una cálida bata que la aísla del frío invernal y se calza unas cómodas zapatillas para llegar hasta la cocina donde prepara una humeante y deliciosa taza de café.
Camina despacio por la espaciosa casa, antaño llena de voces y rizas y hoy en envuelta en un silencio casi sepulcral. Sus ojos recorren el pasillo donde, alineadas, se observan las vacías estancias que un día fueron los dormitorios de los hijos mientras dos lágrimas caminan silenciosas por su aún terso rosto
Continúa su paseo hasta llegar al comedor donde las resplandecientes luces del árbol la saludan alegremente y una triste sonrisa se dibuja en sus labios al recordar las noches de Reyes que se vivió en su casa. La algarabía de los niños, el sonido de los papeles de alegres colores cuando sus hijos, temblando por la emoción, abrían los regalos.
Tan ensimismada se encuentra en sus recuerdos que no escucha el ruido de un coche que se acerca por el jardín. Al encaminarse de nuevo a la cocina cree vislumbrar unas sombras entre los setos que la hacen sentir desasosiego. ¿Habrá entrado alguien sin que ella lo viera?
Observa de nuevo atentamente y su corazón da un vuelco cuando escucha voces y risas de niños que corren hacia la casa. Sus hijos y nietos van aproximándose mientras ríen y lloran a la vez.
Nerviosa se cubre la cara con las manos mientras enjuga las lágrimas que caminan despacio por sus mejillas.
Este año no pasará sola la noche de Navidad.
María Sánchez.
2015
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