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domingo, 15 de febrero de 2015

¿Por qué decimos?


 Por María Sánchez
Resulta curioso que en multitud de ocasiones usemos frases que, con el tiempo se convierten en refranes, sin pensar que su origen es tan real como la vida misma.
Hoy quiero contarles por qué decimos ser más feo que Picio.

Si bien es cierto que la madre naturaleza, por muy madre que sea, castiga a sus hijos negándole la más mínima belleza, a otros los crea como verdaderas obras de arte. Muchos y muchas buscan en manos de la ciencia lo que la vida les negó y, sin pensárselo dos veces, se ponen en manos de los cirujanos para recomponerse un poco.
Pero en ocasiones, viendo los resultados, uno piensa que el cirujano plástico que la cogió en sus manos, le tenía bastante antipatía o ese día el doctor debió quedarse en casita.

Muchas de ellas, pues son las que pasan más por el quirófano, lo hacen para arreglarse pómulos y sobre todo los labios. Cuando veo a esas mujeres que han gastado tanto dinero para quedar como quedan, sinceramente me dan penita. Sin ir muy lejos miren como han quedado Belén Esteban o Yola Berrocal entre otras, viéndolas me parecen el prototipo de la cabeza de nuestros papagüevos.

Sin embargo el pobre Picio no pasó por un quirófano para que le quedara, de por vida, una cara bastante fea y un San Benito hasta el día de su muerte. Aunque parezca paradójico la transformación de su cara fue causada por salvar su vida.
Cuentan que Picio, zapatero de profesión, nació en Granada allá por el siglo XIX y que  este señor no era feo de nacimiento (tampoco se sabe si era guapo) Por una injusticia fue condenado a muerte y, en el momento de estar recibiendo los últimos sacramentos, llegó el informe de su indulto.

Fue tal la sorpresa que le produjo la noticia, que su cuerpo comenzó a sufrir una terrible transformación. Se le cayó el pelo de la cabeza, incluida las pestañas, y su cara se llenó de feos tumores y granos. Su vida se convirtió en una autentica desdicha pues pasó a ser el hazme reír de su pueblo. Se vió obligado a marchar a Lanjaron de donde también fue expulsado al negarse a descubrir su cabeza, que cubría con un pañuelo, cuando entraba a una iglesia.

Esto puede formar parte de la leyenda pero se cuenta, que en la hora de su muerte el cura le dio la unción con una caña por la animadversión que le producía acercarse a él.
Pobre hombre, salvó su vida para vivirla en una continúa agonía.

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