Artículo de María Sánchez.
Me resulta difícil comenzar este artículo, ya que el tema de la esclavitud siempre se me ha atragantado en el alma y me sobrecoge el corazón. Si añadimos que el caso que me ocupa hoy los esclavos son niños, no sé definir lo que siento ni lo que experimento.
Por eso no puedo explicar ni encuentro palabras para hacerlo toda la rabia, indignación y coraje que sentí, no hace muchos días al ver un documental en televisión.
En él hablaban de la extracción del Coltan, mineral que se usa en la mayoría de los dispositivos tecnológicos. Hasta aquí todo parece natural y normal o así lo vemos los que hacemos uso de las últimas tecnologías. Lo peor de esta historia es saber y ver que la mayoría de las personas que extraen este material son niños, niños que son obligados a bajar a las minas y que lo hacen sin protección de ningún tipo.
La extracción del Coltan se lleva a cabo, principalmente, en el Congo donde ha ocasionado la muerte a cuatro millones de personas y la desaparición de una gran población de orangutanes ante la pasividad de los países aliados.
Sé que cada día hacemos más uso de todas las nuevas tecnologías que se nos presenta, y que a estas alturas, no seremos capaces de prescindir de ninguna, pero lo que no concibo es que para tener un móvil de última generación, tengan que morir unas personas que son las únicas victimas de unos seres egoístas e insaciables en su afán de enriquecimiento.
Los conflictos son continuos en el continente Africano. Esto provoca los desplazamientos de la población, con la consecuencia del abandono de sus tierras, lo que trae enfermedades, hambruna y violaciones de todo tipo a sus habitantes. Tristemente esta parte del mundo viene soportando resignadamente la esclavitud desde muchos años atrás, para vergüenza de los que nos tenemos por más inteligentes, y vivir en un mal llamado mundo civilizado. Uno de sus peores genocidas fue el rey Leopoldo II de Bélgica. Este mal nacido creó, en 1885 el estado independiente del Congo, donde se auto proclamó soberano. Comenzó esclavizando a los congoleños para sacar el caucho usando para ello los más viles métodos que imaginarse pueda. Como muestra decir que no dudaba en cortar las manos a aquellos que se negaban a trabajar para él.
Desgraciadamente, hoy en pleno siglo XXI vemos como se les siguen tratando peor que a animales, que poco importa que sea un adulto o un niño.
Sin embargo las cosas serían de otro modo si no intervinieran, como siempre, las mafias, los contrabandistas y muchos de los países que hacen oídos sordos y ojos ciegos ante tamaña inhumanidad.
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