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lunes, 17 de noviembre de 2025

Cincuenta años después de los Acuerdos de Madrid. Uno de los hechos más vergonzosos de la historia de España.



 Luis Seco de Lucena

Evacuado del Sahara 

16/11/2025


Artículo de opinión


Hay fechas que avergüenzan. Y luego está el 14 de noviembre de 1975, día en que España firmó los llamados Acuerdos Tripartitos de Madrid. “Tripartitos”, dicen. Más bien un apaño a tres bandas para quitarse un problema de encima mientras el régimen agonizaba y el país entraba en una transición incierta. Fue una claudicación. Sin paliativos. Y medio siglo después seguimos pagando sus consecuencias.

En esos días, el país vivía una crisis sin precedentes: Franco moría, las instituciones estaban paralizadas y la diplomacia española actuaba entre el miedo y la improvisación. Marruecos, consciente de nuestras dudas, lanzó la Marcha Verde con una precisión quirúrgica: miles de civiles avanzando hacia el Sáhara Occidental mientras Hassan II señalaba el territorio como un botín histórico. Y España cedió.

Los Acuerdos de Madrid fueron una claudicación vergonzosa. España vendió la soberanía de Saguia el Hamra y Río de Oro, provincia nº 53 de España, con capital en El Aaiún, con representación en las Cortes y documentación española para la población saharaui. Pero esa realidad administrativa pesaba menos que el deseo urgente de evitar un conflicto con Marruecos y de quitar tensión a un país con un futuro inmediato incierto.

Así que, en vez de cumplir con el deber de defender la soberanía española, España vendió la administración a Marruecos y Mauritania, que entraron en el territorio sin la más mínima legitimidad. El resultado fue inmediato: la población saharaui tuvo que huir bajo bombardeos con napalm —documentados por la Cruz Roja y por la prensa internacional—, mientras España retiraba su bandera y cerraba la puerta.

Este aniversario saca a la luz nuestra gran incoherencia: España, que presume de defender la legalidad internacional en foros y discursos, lleva cincuenta años mirando hacia otro lado en un conflicto que ella misma dejó abierto.

Y sin embargo, nuestra política exterior ha ido regalando declaraciones ambiguas, rectificaciones silenciosas y gestos que cambian según sople el viento. La confusión es tan evidente que ni siquiera los propios gobiernos han mantenido una línea estable: unas veces apoyan el referéndum, otras venden la autonomía marroquí como “la solución más seria”. Ninguna coherencia. Ningún liderazgo. Ninguna responsabilidad.


Mientras España se desentiende, los campamentos de refugiados en Tinduf acumulan medio siglo de vidas suspendidas en el desierto. Niños que nacieron allí, se hicieron adultos allí y crían a sus propios hijos bajo lonas que ya deberían estar vacías.
Mientras tanto, en los territorios ocupados, organizaciones internacionales denuncian detenciones arbitrarias, desapariciones y un control sistemático que muchos prefieren no ver.

Pero hay un dato que debería estremecernos: desde 1975, el conflicto no ha avanzado ni un centímetro hacia el referéndum prometido. Medio siglo sin cumplir la palabra dada. Medio siglo sin asumir el error cometido.


El Sáhara no es una página pasada: es una vergüenza activa

Resulta llamativo —y revelador— que el Gobierno no haya organizado un solo acto institucional para este aniversario. Ni un discurso. Ni un gesto. Nada. Silencio absoluto. Como si callar pudiera borrar la historia. Como si cincuenta años de abandono se difuminaran por decreto.

Pero los hechos son tozudos: España firmó un pacto ilegal. España abandonó a un pueblo. España dejó un conflicto abierto del que aún es responsable.

Y sí, es incómodo decirlo. Pero es infinitamente más indigno seguir callándolo.

Hoy, cincuenta años después, el Sáhara Occidental sigue esperando a que España haga lo que no hizo en 1975: actuar con dignidad.


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