Apenas te has ido y ya temo tu regreso. Acurrucada en un
rincón miro, entre lágrimas, las manecillas de un reloj que no paran de girar
diciendo que mi libertad durará apenas unas horas.
Tu primer saludo de la mañana fue tirar la taza del café,
“Está caliente” dijiste a la vez que tu mano, como garra de águila, caía sobre
mi cara dolorida.
De mis labios salieron finos hilillos de sangre que, como
animal depredador, te animó a seguir martirizando mi cuerpo que en el suelo
yacía.
Cuando cansado, agotado por la rabia paraste los golpes
escuché tu voz, como en la lejanía, “Yo te quiero mujer y juro que esto no
pasará más.”
Continúo acurrucada mientras en mi cabeza martillean las
mismas palabras que repito cada día.
¿Por qué si me quieres me haces sufrir?
María Sánchez
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