Roncas, demonio, y tiembla el aposento,
retumba el techo, el suelo se desmadra;
si hay sueño en casa, huyó por la ventana,
pues muere el sueño en tan cruel tormento.
Tu naricera zumba cual tormento,
pariendo estruendo más que vieja fragua,
y yo, en la cama, en vela y con la fragua
del odio al cuello y furia por sustento.
¡Ay del que duerme junto a tal gran bestia!
Ni cárcel, ni castigo, ni calvario
tienen tortura más cabal y honesta.
Y cuando callas —susto necesario—,
pienso: “¿murió?” ... Mas no: respira en siesta,
¡y el ronquido renace más gregario!
Luis seco de Lucena

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