Marisol Ayala
El 13 de febrero, cumplió medio siglo el Hospital Insular de Gran Canaria cuya existencia supuso dos regalos a la sociedad canaria, primero, creó muchos puestos de trabajo y segundo, pese a sus carencias, dignificó la vida y la muerte de la población.
La plantilla era, más que compañeros, una familia que compartían esfuerzo, cariño y adversidades.
Entre ellos he tenido y tengo amigas con una calidad humana a prueba de bomba. Estuve poco tiempo en la Administración del Hospital, tres años creo, y no tengo dudas de que en el corazón de ese Hospital descubrí a gente maravillosa. Las mejores posibles. Allí descubrí mi debilidad por esa parte de la sociedad canaria que sobrevivía gracias al Carné de la Beneficencia cuyo significado era ser “pobres de solemnidades”, más pobres imposible. El documento daba derecho al titular a la atención médica y recetas y dignificó la vida y la muerte.
Los que hayan seguidos mis textos habrán leído como cuento mis inicios en el periodismo social. La escena que describo siempre es la de unos enfermos renales en las escalinatas del hospital reivindicando que las diálisis se hicieran en el Insular y no en la Península como se hacían entonces. El día que los escuché me alisté con los débiles y la administración acabó por dar el paso que demandaban. Por entonces trabajaba en el Insular y en el Diario de Las Palmas, periódico de tarde que me permitía publicar las miserias de la época. Un día el diario comenzó a pagarme por cada pieza, acuerdo rentable para ambos, pero acabé dejando el hospital y aceptando un contrato impensable con La Provincia.
En abril de 1972 el personal, jóvenes e inexpertos, se enfrentó a la Operación Maxorata tragedia ocurrida en Fuerteventura que se saldó con muertos y heridos y fueron trasladaron al Insular. Fue la prueba de fuego de una plantilla recién licenciada que les marcó para siempre.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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