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martes, 6 de septiembre de 2016

Mari Carmen Sánchez. “Las actrices, la gente de teatro, vivimos en un alambre”


Mari Carmen Sánchez es actriz, tiene 51 años. No nació en Las Palmas de Gran Canaria pero estuvo a punto. Vive aquí desde que es una niña y en el 2014 la mujer que había hecho más de veinte años de teatro en su isla dio un salto mortal con pértiga y se plantó en una serie de TVE que marcaría su vida.
Fue la brillante y humana Candelaria, dueña de una pensión en El tiempo entre costuras. Lo cierto es que entre puntada y puntada la niña que se crió en el barrio de Alcaravaneras, la que disfrutaba las meriendas con los payasos de la tele Fofo y Cia, la que cuando vio a Freddy Mercury con sus Queen lo tuvo más claro que el agua. “Sí, sí, sí, yo quise ser artista desde que tengo uso de razón; poco a poco lo que veía y escuchaba me gustaba y un día me dije: esto es lo mío”. Casi como una vidente se vio a sí misma.
Tiene Mari Carmen una cualidad como personaje público que, aunque parezca poca cosa, no lo es. A pesar de que la televisión lo magnifica todo, fama y popularidad incluida, en su caso no ha sido así. A poco que se lo proponga no la reconoce ni Dios. “Es verdad”, asiente detrás de gafas negras y grandes. Las gafas de las artistas, pienso yo. Casi terminada la afirmación una joven se acerca y le dice con las manos cruzadas, tímida, “mire, que mi madre la admira mucho”, mientras otra más allá no le quita los ojos de encima y la observa con la misma admiración. Es esta una popularidad respetuosa y controlada que Mari Carmen/Candelaria agradece mucho.
Hacía tiempo que quería sentarme a hablar con ella. Me animan mil razones, especialmente porque me parece una gran actriz, por compartir querencia por un barrio, Alcaravaneras, y porque la considero una mujer con la cabeza en su sitio. De todo eso y de lo que vaya saliendo quiero hablar. Digamos que lleva más de 20 años en los escenarios y que no se le caen los anillos por trabajar un día en el María Guerrero y semanas más tarde en la plaza del pueblo más modesto de su isla. O donde la llamen. “He hecho muchísimos bolos, muchos y feliz, no creas. Lo que no tolero bajo ningún concepto es que se atente contra la dignidad de los que nos subimos a un escenario. Eso, ni soñarlo; de manera que, poniendo esos límites, todo trabajo es digno”. Y aquí, aprovechando el tirón de la dignidad, recuerda que en Las Palmas de Gran Canaria se ha permitido que se dinamite un trabajo que podría dar alas a los actores, jóvenes o no jóvenes. Habla de intrusos con cómplices. “Se trata de personajes que se han ido aprovechando de las ilusiones de los recién salidos de la escuela y otros a los que les pagan cuatro euros, cuando pagan y aunque lo saben quiénes lo deben saber no pasa nada”.
Habla de lo importante que ha sido, para poder llegar hasta aquí, trabajar con textos como Soy Lo prohibido, Las cuñadas o Lo que no se dice, de los que se siente orgullosa. Pero como todo tiene una explicación, la de esta charla tiene su origen en una conversación inacabada que mantuvimos hace unos meses en unos sillones destartalados en una emisora. Hablamos entonces de lo difícil que es gestionar el éxito; lo difícil que debe ser que te paren por la calle, que te acabes creyendo que eres la mejor cuando no lo eres y además sabiendo que la fama es efímera y cruel. “Es verdad. Aquella conversación la dejamos a medias. El éxito, si?pero, ¿qué es el éxito?, todo depende de cómo tú lo hayas soñado. Yo creo que el éxito, que es bueno, que está muy bien, que te abre puertas, que te facilita cosas, es maravilloso pero te obliga a ser mejor, a superarte a ser ambiciosa y humilde. Esa es la clave. A trabajar muchísimo más”, aclara.
En estos días vamos a tenerla de nuevo en TVE en la serie Sonata del silencio. Seguimos con el tema del éxito y su comportamiento tan misterioso. “Para mi el éxito es como un pez que se te escapa entre las manos, llega, te cosquillean sus movimientos, disfrutas de sus juegos pero se escabulle. Es ahí cuando hay que tener la cabeza en su sitio y seguir haciendo las cosas lo mejor que sabes, mejor incluso que cuando tocó a tu puerta. Pasa una cosa”, precisa, “las actrices, la gente de teatro, vivimos en un alambre; siempre en un tembleque profesional y eso hay que tenerlo claro y asumir que es así. Hay que saber decir “sí” y “no” porque no todo vale. No. Lo duro es cuando crees que un éxito, como un verbo suelto, te abrirá puertas, no solo las puertas sino la vida entera. Si tu planteamiento en ese vives en un trapecio y cualquier empujón te tambalea”. A esta cabeza no le falta ni un tornillo. Su madre, Ana, 81 años, es su compañera de piso. Mari Carmen ha tenido parejas pero ocurre que ha descubierto la libertad para entrar y salir, para ir y venir y perder ese privilegio tiene un precio muy alto.
“Te cuento. Mi padre murió hace cinco años y decidí que nadie como mi madre para cuidarnos, ella a mí y yo a ella. Es decir, para tenernos cerca así que compartimos piso. Es una relación curiosa porque ella me da mil vueltas pero no me da explicaciones de sus salidas ni yo se las doy a ella; por ejemplo; “Mamá, que me voy a Madrid. No sé cuando estaré”. Y Doña Ana no dice más que un razonado “bueno”. Se queda en casa y recibe llamadas de su hija y de sus dos hijos, hermanos de la actriz, porque Mari Carmen les alerta y marca las pautas: “Chicos, échenle un ojo a mamá. El domingo llévenla a comer a tal sitio, que le gusta. Y eso”.
El día de la entrevista ella había quedado con la actriz de El Tiempo entre costuras, Adriana Ugarte. “Fíjate, una chica a la que no conocía y nos hemos hecha amigas. Un amor”, dice Mari Carmen, en cuya trayectoria profesional hay un año y un nombre que cambió su vida. Beatriz Castro 2006.
Mari Carmen dice que abrirse camino en el mundo de los castings es duro y que como no te lleve alguien respetable, no maneje la situación, todo se complica. Así que un día Mari Carmen habló con una amiga, Beatriz, canaria, representante de artistas, para que la incluyera en su cuadrilla de representados pero no quiso. “Y no era por nada, no; es que quienes conocemos este mundo sabemos lo que piden y lo que no piden, los perfiles y las exigencias”. Cuando ya estaba cansada de tantas puertas cerradas se fue a la casa de su amiga Beatriz y le contó eso, que estaba agotada, que no había manera de meter la cabeza”, y fue entonces cuando Beatriz le dijo, “Nada. Te voy a llevar yo. Ese día cambio el rumbo de mi vida artística”.
FUENTE . http://www.marisolayala.com/page/2/

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