Por José L. Román.- ¿Alguien cree que si Alemania hubiese tenido algo que perder, hubiese tragado con la Unión Europea y con el euro? Por supuesto que no. Los alemanes, como los magnates que compran nuestros equipos de fútbol, no lo hacen porque sientan los colores del club, simplemente buscan hacer negocio. Pues bien, en Alemania, cambiaron sus marcos por euros a razón de 1DM por 1,95€, casi el doble, mientras que en España, tuvimos que cambiar cada euro por 166,386 pesetas ¿Han leído bien?, 1 euro por 166’386 pesetas.
Que la exigencia de un mercado común europeo se hiciera imperativa para que nuestro Continente no se convirtiera en territorio económicamente colonial, es algo que parecía incuestionable. Pero sentado esto, la metodología para lograrlo podía haber sido muy distinta, y en ningún supuesto cabía admitir aquella que obligaba a alguno de sus miembros –y a España en este caso- a sacrificios insoportables.
Lo cierto es, que al margen de toda consulta a la sociedad –consulta que sí se produjo en el caso de nuestra continuidad o salida de la OTAN-, ingresamos en esa Comunidad Económica sin evaluar seriamente aquellos sacrificios que todavía venimos arrastrando, y que aun afectan hoy de modo muy grave a la poca industria que nos queda, a las minas, a los astilleros, a nuestra flota pesquera, a la agricultura y a la ganadería.
La reconversión que mandó al paro a miles y miles de trabajadores, el sacrificio de cientos de vacas lecheras, la política de supresión de cultivo en terrenos de secano teniendo que arrancar olivos y viñedos, la entrada obligada de productos que también producimos aquí sin posible recurso al proteccionismo aduanero y, la imposición del euro como moneda única, no han hecho más que restarnos competitividad, sobre todo, matando también la gallina de los huevos de oro que ha supuesto durante décadas, el turismo en nuestro país.
Oleadas de extranjeros sobre todo alemanes venían a España con las alforjas llenas, dispuestos a dejarse hasta el último céntimo; solicitaban alojamiento en los mejores hoteles, y comían, bebían, bailaban y se divertían a rabiar, mientras las divisas entraban a espuertas y nuestra hostelería gozaba de una salud envidiable. Hoy, países como Turquía o Marruecos, nos han tomado la medida; ellos tienen ahora la “peseta”; nosotros, la misma moneda que los poderosos sin salir de pobres. Millones de turistas vienen a visitar nuestro país, en “low cost”, borrachera y todo incluido, pero con ausencia notable de aquel turista de antaño, que venía a disfrutar de nuestras costas, nuestro arte y nuestra gastronomía, y que si viene ahora ya no gasta con tanta alegría. Ya no somos competitivos.
Otra de las contradicciones más elocuentes y más repulsivas de la democracia imperante en las naciones de Europa, ya integradas formalmente en su Unión, es la siguiente: ¿Cómo es posible que siendo el sufragio universal la base imprescindible de este sistema político, cuando unas elecciones como las últimas al Parlamento Europeo, han tenido lugar con una abstención, que en España -según datos oficiales- alcanzó el 54,42 %, se insista con machacona reiteración en que esa Unión Europea goza de buena salud?
Los Parlamentos, de conformidad con los principios democráticos, no representan -a la luz de un abstencionismo sobradamente mayoritario-, la voluntad de los pueblos de Europa, que han rechazado y castigado a los partidos y a sus gobiernos, porque, sin dejar de ser y sentirse europeos, no quieren una Europa Unida solo de mercaderes, sino una Europa Unida de Patrias y de ciudadanos, con una política única, exterior y de defensa.
Cuando países como Reino Unido forman parte de la Unión Europea como “la niña bonita”, sin el euro como moneda, y a la carta. Cuando esa misma unión de naciones ignora a España, obligándola como he dicho antes a arrancar sus olivos, sacrificar sus vacas y amarrar su flota pesquera; o en temas tan sangrantes y vergonzosos como el del Peñón de Gibraltar, consintiendo, con un descaro y una parsimonia sin precedentes, que Gibraltar reciba submarinos nucleares que amenazan la seguridad de nuestras aguas y nuestras costas; siga siendo una colonia británica-paraíso fiscal, donde el delito, la piratería de todo género, y el lavado y blanqueo del dinero procedente del narcotráfico se hayan convertido en su principal actividad.
Cuando ese conjunto de naciones que insistentemente se autodefinen como unidas, permiten que unas tengan mayor número de votos, o lo que es lo mismo, mas derechos que otras en debates y cuestiones claves y de peso. Cuando esa Europa unida impone el euro como moneda única, pero se olvida de la pérdida abusiva sin compensación alguna, de poder adquisitivo de los trabajadores de las naciones más pobres.
Cuando todo esto ocurre, se insiste por parte de los distintos gobiernos de las naciones que la integran y del parlamento de Estrasburgo, en hacer pasar por el aro a las naciones más pobres con la amenaza de ser expulsadas y excluidas de todo derecho, incluso, después del catastrófico resultado de participación obtenido, en las últimas elecciones a ese Parlamento.
Aunque las elecciones europeas ya hayan pasado de largo, y los medios estén solo pendientes de la visita de Rodrigo Rato a Fernández Díaz, no hay nada como traer a colación a los “parásitos” que nos chupan la sangre desde Estrasburgo. La extrema izquierda española ya está en las instituciones y en el parlamento europeo, por eso las calles han vuelto a la calma, lo que no obsta, para que algunos recordemos que el “cáncer de Estrasburgo” -al igual que nuestras autonomías políticas-, siguen devorándolo todo.
Los ciudadanos europeos han dicho claramente que no creen en la Unión Europea. Y no creen en la Unión Europea, entre otras cosas, porque su parlamento condena insistentemente el “holocausto judío”, pero tolera el comunismo y permite que sus representantes ocupen escaños. Les importa una higa que esa doctrina ideológica tenga en su haber más de CIEN MILLONES DE SERES HUMANOS ASESINADOS, entre los que se encuentran los españoles asesinados por los terroristas vascos de la ETA.
Los 54 eurodiputados españoles que fueron elegidos el pasado 25 de mayo de 2014, han ingresado en un selecto grupo de 751 políticos que, por su sueldo, por las prebendas que lleva aparejado el escaño, por el reducido calendario de trabajo y por el enorme número de asesores que pueden contratar con cargo a la Unión Europea para ejercer sus funciones, constituyen sin duda una élite política privilegiada. Entre sueldos, dietas, gastos pagados y dinero para contratar a los asistentes que ellos elijan, cada eurodiputado maneja un mínimo de 37.275 euros al mes, lo que equivale a 447.300 euros al año, sin contar con que viajan gratis en avión, tren o coche, lo que eleva la factura por encima de los 500.000 euros anuales por cada diputado. Eso explica que, pese a la escasa relevancia del cargo, no falten aspirantes.
El parlamento de Estrasburgo no es otra cosa que un “cementerio de elefantes políticos” y un balneario para “parásitos de la política”. Su labor no sirve absolutamente para nada. Les guste o no, para bien o para mal, ahí están las urnas; ahí están los resultados. La abstención abrumadora, como en este caso, también debe tener la palabra. Esa debería ser la verdadera democracia.
fuente : http://www.alertadigital.com/2015/08/17/quien-cree-en-la-union-europea/
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