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Era su confidente. Se lo contaban todo. Cada mañana escuchaba de su amigo lo infeliz que era, el infierno de su matrimonio, un desgraciado, un pobre rico. Durante años ella tuvo a manos el extintor para apagar el fuego del matrimonio amigo.
Por razones que desconocían la amistad de tantos años comenzó a deteriorarse. Un día Pepe Juan, un hombre bueno, pasó como tantas veces durante años por el despacho del pobre rico para saludarle. La secretaria lo frenó. “No, está reunido”. Esperó y esperó y esperó hasta que desconcertado abrió la puerta y se encontró al pobre rico solo, leyendo el periódico. Ni reunión ni san reunión. Pronto entendió que sobraba y se fue. No entendía nada. Cuando llegó a casa contó lo ocurrido. Ella no daba crédito así que como mujer decidida se fue al despacho del pobre rico para saber qué ocurría. La indiferencia fue la respuesta. Se indignó. Se cuadró en el centro del despacho y dolida le gritó un “¡métete tus millones por donde te quepan, pobre diablo!”. Nunca supo qué había ocurrido. Lloraron mucho.
Seis años después el amigo rico enviudó. Ni se acercaron. Un día, desesperado, viviendo con la soledad marcó un número pero nadie contestó. La confidente y los suyos lo borraron de su vida. Ya era demasiado tarde.
Un pobre rico que, ya ven, ahora cuando quiere compañía la paga.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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