Gáldar se ha venido preparando, durante los últimos días, para conmemorar el cincuentenario de los conocidos como “Los Sucesos de Sardina”.
Con tal denominación, viene a rememorarse unos hechos acaecidos allá
por el año 1968 (Gáldar tuvo su septiembre del 68), cuando una asamblea,
promovida por el PC y auspiciada por CCOO, reúne a los trabajadores de
la empresa que ejecutaba obras en la carretera que conduce de Las Palmas
de Gran Canaria a Gáldar.
Ahora, cuando se venía a conmemorar el cincuentenario de tales hechos, con un mural producto del trabajo del alumnado de la Academia de pintura y dibujo Pepita Medina;
alguien, valiéndose probablemente de la nocturnidad que ampara al
medroso anonimato, en la madrugada de su inauguración atentó vilmente
contra el mismo. Un hecho, no solo denunciable, sino que provoca una
enorme amargura. Esa acre emoción que produce comprobar como la
ignorancia (que solo se cura leyendo, dijeron, y yo corroboro) campa a
sus anchas. Una obra artística puede gustar más o menos, cada cual
disfruta de sus propios cánones estéticos; sin embargo ello no empece
para que se respete su presencia, para la serena contemplación de
quienes gustan de la misma. Aunque me temo, detrás de esta barbarie se
oculte, nocturnidad por medio, un afán por rememorar viejos modos, fruto
de un golpe de Estado (en esa ocasión sí que lo fue). Porque no se nos
puede olvidar, que en estos momentos, cuando se trata de ir retirando
honores a toda la vileza que supuso aquel delito flagrante, se han
incomodado quienes mantienen todavía tan cerril ideología. Recordemos,
porque se publicó en este medio, las pintadas en la sede de UGT, con
claros símbolos fascistas, con evidentes amenazas.
Cuando se observa la barbarie perpetrada
al mural, basta con fijar un mínimo la mirada para comprender la
intencionalidad. La pintura que mancha la obra sale del lado de las
fuerzas armadas, a modo de disparo de fusil, y cae en su práctica
totalidad en las figuras de los trabajadores y las trabajadoras allí
representadas. Supone, sin mucho decir, una evidente amenaza a quienes
osen denunciar sucesos de aquella época. Pues, no es otro el objetivo
del mural sino la denuncia, como también se evidencia las denunciables
propósitos de quien, o quienes, sin respeto por el trabajo de otras
personas, en este caso el alumnado integrante de la Academia Pepita
Medina, arrojaron la pintura azul (los colores poseen su simbología) con
una clara finalidad: amedrentar a quienes no sigan los dictamines de
aquellos tristemente famosos principios fundamentales del movimiento
(notable contradicción para algo que supuso todo lo contrario), porque
digan lo que digan, la transición no culminó con éxito, pues se mantuvo
en el aire (irrespirable de algunos sectores e instituciones) un rastro
pestilente de lo que supuso el franquismo.
Por cierto, desconozco qué pretenden
hacer ahora quienes van a inaugurar el mural; sin embargo, si de algo
sirve, sugeriría la idea de no quitar el manchón. Dejando prueba gráfica
de que la barbarie siempre es el efecto de una notoria ignorancia,
contra la que se puede luchar desde el conocimiento. Por eso, que se
conozca la presencia, afortunadamente escasa, de personas con
pensamientos facinerosos.
fuente: https://www.infonortedigital.com/portada/actualidad/item/68521-la-barbarie-deuda-de-la-ignorancia
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