“Lunes, un día cualquiera, digamos del mes de febrero de 2020. Se ven coches de la policía en la calle, con las luces encendidas y varias ambulancias. Los enfermeros salen del portal de al lado con una camilla portando lo que parece ser el cuerpo de una persona cubierto por una sábana. Lo introducen en un furgón oscuro, que se marcha a gran velocidad calle arriba. Los vecinos están asomados a los balcones viendo como si de un espectáculo se tratara lo allí acontecido. Acto seguido aparece un individuo esposado y custodiado por dos policías, que lo introducen en su coche y se alejan en sentido contrario.
¿Qué ha pasado? pregunta una vecina desde su casa al mismo tiempo que salen dos niños de corta edad acompañados por alguien que parece ser un familiar. ¡Qué han matado a la vecina de enfrente!, le comenta un testigo y añade “dicen que fue su pareja después de una pelea”.
La pareja era un joven vecino del barrio, respetado, tenía un buen trabajo y era muy querido por los vecinos. No hubo denuncias de maltrato, parecía un matrimonio normal, nadie sospechó nunca de desavenencias ni violencia alguna.”
Aunque sólo se trata de un relato ficticio, redactado a modo de ejemplo, podría ocurrirle a cualquiera. Somos testigos de cómo la prensa se hace eco de casos reales de víctimas de violencia que pasan a engrosar las cifras y las estadísticas. A la par, día a día vemos cómo se producen mejoras legislativas, desde el nacimiento de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, se ha corrido ríos de tinta a la hora de escribir sobre este tema.
Las mejoras de los recursos en los ámbitos jurídicos, sociales, sanitarios, policiales y un largo etcétera propician que cada vez sean más las mujeres que se atreven y deciden denunciar y visibilizar la situación de maltrato que están viviendo. De este modo, asistimos a un cada vez mayor rechazo social, gracias a todo ello, y al gran número de campañas de prevención, sensibilización y concienciación a la población en general contra los malos tratos hacia las mujeres e hijos.
Resultan admirables todas esas mujeres, víctimas de violencia, que representan la lucha por la supervivencia, por tratar de salvar algo que nació de la ilusión y del amor, pero que en algún momento, y no se sabe el motivo, se rompió y se les volvió en contra, protegiendo a sus hijos e iniciando la lucha por salir del infierno en el que viven, de recuperar sus vidas y buscar su lugar en la sociedad y volver a vivir libres y felices.
No podemos olvidar que millones de niños y niñas sufren a diario la violencia vicaria, término que por desgracia cada vez nos resulta más familiar. Estos niños y niñas son protagonistas excepcionales y testigos directos del maltrato que sufren sus madres en manos de sus padres y por ello también se consideran víctimas de esa violencia machista. De ahí que en la mayoría de los casos se entienda el rechazo por parte de estos menores a encontrarse con sus padres, una vez ya están separados legalmente.
Los hijos de las víctimas de violencia por razón de género han pasado casi desapercibidos durante mucho tiempo, han permanecido prácticamente invisibilizados, no olvidemos que detrás de cada madre asesinada hay uno o más hijos que son víctimas directas del miedo y del terror vivido y sufrido por su progenitor. Tengamos en cuenta que la violencia vicaria no es algo que ocurra de la noche a la mañana, este tipo de crueldad proviene de un maltrato ejercido de forma habitual y constante. Es por ello que se consideren víctimas directas de la violencia machista.
Estos niños y niñas necesitan más medios o más herramientas por parte de los profesionales en la materia, para ser oídos y poder pedir ayuda. Por desgracia, los episodios de violencia por razón de género ocurren la mayoría de las veces en el hogar familiar, en su zona de confort, lugar en el que un niño debería sentirse protegido y seguro, y no al contrario. No olvidemos que el maltratador generalmente utiliza a sus hijos como auténticas herramientas y como medio con el fin de causar el mayor dolor posible a su pareja.
Aunque no es fácil buscar una explicación sencilla, hemos de admitir que en el fondo persiste el problema de falta de igualdad real entre hombres y mujeres. La violencia contra la mujer anula la autonomía de la misma. Mina y destruye su capacidad como persona. La violencia por razón de género no entiende de edad, ni de generaciones Las consecuencias intergeneracionales como comportamientos violentos que se sostienen y persisten en ideas, costumbres que se reproducen de generación en generación, una violencia que busca como disculpa las tradiciones culturales y también religiosas que denota una carencia de educación en todos los ámbitos.
La violencia contra la mujer existe en todos los países. En la mayoría de las sociedades no es reconocida cómo tal y pasa desapercibida, y son numerosos los países que la incluyen en sus propios Códigos de Conducta y Estatutos Personales. De esta manera, la violencia de género pasa a formar parte del propio ordenamiento jurídico. En otras latitudes, la violencia contra la mujer forma parte de la propia cultura del lugar llegando a ser algo habitual y ejerciendo esta forma de violencia como algo natural.
A pesar de las apariencias, no se trata de un mal endémico moderno, producto de nuestra forma de vida, quizás se trate de una mayor sensibilización social frente a esta realidad, de una mayor difusión de problema por los medios de comunicación, de una mayor responsabilidad de las autoridades y como resultado ahora más que nunca la sociedad tiene conciencia de que existe y por ello exista un mayor rechazo por el conjunto de la sociedad. Aún así no existe en nuestra sociedad conciencia suficiente para solucionar este problema.
Desde Ciudadanos para el Cambio, CIUCA, volvemos a reivindicar la trascendencia y la importancia de erradicar una de las mayores lacras en todo el planeta, que no es otra que la violencia que se ejerce sobre las mujeres y sus hijos e hijas, y la magnitud de sus consecuencias, condenando este tipo de actitudes y cualquier forma de manifestación de la violencia que menosprecian los derechos y la dignidad de las mujeres y de sus hijos.
Ana Álvarez Tudela, concejala y secretaria de Igualdad de Ciuca – Ciudadanos para el Cambio
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