Marisol Ayala
He llegado a vieja entrando y saliendo de residencias para mayores.
Durante una etapa importante de mi vida profesional cubrí lo que se
llamaba área de Servicios Sociales. Cualquier curiosidad me bastaba para
hacer un reportaje. Los ancianos enfermos me entregaban cartas que yo
ponía en el correo, cartas para sus hijos, sus novias o sus amigos.
Estaban solos y en algunos casos eran unos pintas a juzgar por lo que
ellos contaban. Estoy escribiendo y los recuerdos de aquellos y de los
ancianos se cruzan y me confunden. Pronto me di cuenta de que la mayoría
de los viejos, hombres y mujeres, más hombres que acogidos, tenían una
historia detrás. Anarquistas, comunistas, pintores, escritores,
cantantes, tocadores…de todo pero ya con la memoria tocada. Muchos
reportajes escribí de esos seres en el ocaso de sus vidas. Muchos. San
Martín, Taliarte, Agüimes, Jesús Abandonado y otros.
Los ancianos ingresados en esos centros fueron tratados con el
respeto y la dignidad que merecen, al menos lo que yo conozco. Pasados
los años, especialmente en los noventa, esas residencias se convirtieron
en almacenes de viejos enfermos. Si hay alguien externo que vivió todo
aquello, esa fui yo. Con el paso de los años la población envejeció y el
hacinamiento llegó a sus vidas. Los familiares se quejaban pero no les
hacían caso, los gestores políticos hacían lo que podían. Hay imágenes
que tengo frescas en mi mente, una de ellas pertenece al Hospital de San
Martín. Ancianos hacinados en salas enormes en las que quince o veinte
vivían su enfermedad, su deterioro final.
En San Martín conocí a un anciano constructor de instrumentos que
sufría Parkinson. La directiva le montó un taller donde se pasaba el
día. Le encargué una guitarra que tardó años en construir. Cuando su
enfermedad se lo permitía le daba un empujón.
Viendo lo ocurrido estos días con los ancianos de distintas ciudades españolas he querido recordar hoy a nuestros viejos.
No hay más.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/

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