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Los lectores, al menos los que transitan esta columna, tienen una sensibilidad que a veces comparten conmigo. Me envían textos que guardo sin más intención que disfrutarlos. Son historias, relatos familiares, recuerdos entrañables en los que en muchos casos aparece la figura de un menor.
“Mi hermana le dijo siempre a la pequeña que ella no era su madre y que cuando fuese mayor si quería podría conocer a sus papás, incluso irse con ellos”. La tía le ayudaría. “Quiso el destino que mi hermana muriera y la pequeña se quedó a vivir con mi cuñado que desgraciadamente también falleció joven. En suma, que con 11 años mi sobrina se quedó huérfana. Sin dudarlo mi madre y yo nos hicimos cargo de ella”. Cuándo cumplió 18 años fue a Menores y manifestó su intención de conocer a sus padres biológicos. Batalló hasta lograrlo, una vez consultados los adoptantes, claro.
“Curiosamente sin haber visto jamás a sus hermanas biológicas, al verlas se reconoció en ellas. Eran muy parecidas. En esos días nos reunimos las dos familias y partir de ahí nos vemos mucho, todos los domingos. Como te imaginas esos padres agradecen, especialmente a mi madre, haber cuidado de su hija y no poner obstáculo para abrazarla. Ahora mi sobrina tiene un bebé y los abuelos maternos están recuperando el tiempo perdido, pendientes de ella. A mi madre se le llena la boca diciendo que de no haber sido por ellos jamás habría tenido una nieta tan especial”.
“Como ustedes”, le escribo.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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