Los cristianos estamos celebrando una de las semanas más importantes de nuestra vida. Como ocurre cada primavera, siempre hay un poeta que busca una escalera para bajar del madero a ese Dios que se hizo hombre y quiso dar la vida por sus hijos.
En la tarde de ayer me acerqué a una iglesia de nuestro municipio, concretamente a la de San José de las Longueras, donde, con sus vecinos, compartí la celebración de la eucaristía y posterior bendición de los panes o el lavado de los pies, tal y como hizo Jesús a sus discípulos.
La Semana Santa no solo se exterioriza por las procesiones, también son relevantes los monumentos que, para la tarde- noche del jueves, se elaboran con el fin de representar la última cena de Jesús con los apóstoles. Es el lugar donde se custodia el Santísimo Sacramento que será acompañado durante toda la noche por los católicos que lo desean.
Éste fue dispuesto con gusto y, sobre todo, con cariño por las mujeres y hombres de los grupos de caritas, catequesis y liturgia. Como se puede observar en las fotos se encuentran los principales elementos que lo forman; el pan y el vino como símbolos de la carne y la sangre de Cristo.
Los elegidos para el lavado de los pies fueron los niños que se están preparando para recibir la primera comunión. Confieso que este acto me emocionó al ver la inocencia acompañada del nerviosismo y algo de vergüenza infantil que acompaña a los niños donde la maldad aún no ha anidado.
Sin embargo, hubo un momento que superó ese instante de emoción al escuchar a unos adolescentes leer durante el lavatorio pues, desgraciadamente, nuestros jóvenes se alejan cada vez más de nuestra iglesia y, en consecuencia, de Jesús.
María Sánchez.
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