Por: Beatriz Leal Riesco | 22 de noviembre de 2015
La temporada otoñal de festivales de cine africano acaba de terminar. ElAfrica in Motion escocés celebró su décimo aniversario del 23 de octubre al 1 de noviembre; del 30 de octubre al 8 de noviembre, Film Africa tomaba el relevo en la capital británica, y hace apenas unos días el African International Film Festival (AFRIFF, 8 al 15 de noviembre) otorgaba sus premios en Lagos.
Salvo contadas excepciones entre las que destaca Things of the Aimless Wanderer (2014) del ruandés Kivu Ruhorahoza, una película realizada para adaptarse al gusto de los despistados programadores occidentales, si en algo han coincidido estos tres certámenes es en dar preeminencia a realizaciones cuyo objetivo fundamental es el entretenimiento y que son capaces de ofrecer representaciones culturales al público local sin someterse a las expectativas del cinéfilo o el especialista extranjero.
Aunque es de recibo apuntar que el (AFRIFF) marca un antes y un después en este tipo de certámenes, con una clara tendencia a valorar producciones africanas sin ligaduras (neo)coloniales o servilismos hacia las modas preponderantes europeas o del mercado Indie internacional, el premio especial del jurado al cortometraje de terror Hex, del hasta ahora director de vídeos musicales nigerianoClarence Peters, es sintomático de esta apuesta por el cine de entretenimiento y económicamente viable.
Durante años, uno de los hándicaps de los cines de África era su falta de audiencias nacionales y continentales, una tendencia que se está revirtiendo en la actualidad a un ritmo frenético gracias a la revolución tecnológica, que abarata y facilita la producción, y a la creación de hábitos de consumo visual autóctonos provocados, en buena medida, por el éxito de las series de televisión africanas a nivel transcontinental y de la influencia de Nollywood y sus industrias hermanas.
Tras décadas de realizar películas desbordantes de valores humanistas y/o crítica social a los regímenes nacionales corruptos; filmes en los que se sometía a juicio a las codiciosas élites capitalistas y a los dictadores que esquilmaban las riquezas de la nación, o se reflexionaba sobre el encuentro con occidente y el regreso a África tras la emigración o el exilio, la generación contemporánea de directores africanos están optando por emplear prioritariamente el melodrama, el cine negro, el terror y la comedia para acercar al público historias más íntimas basadas en vidas corrientes de hombres y mujeres africanas.
A través de estos géneros se hacen eco de realidades culturales, políticas y sociales de manera sutil, sin verse obligados necesariamente a enarbolar la bandera del compromiso y el didactismo, algo habitual en aquellos años iniciales en el que el cine africano era concebido como arma revolucionaria de la "escuela de noche" propugnada por Sembène Ousman (inimitable pionero senegalés denominado el "padre del cine africano") y cuya visión comparten, entre otros, Haile Gerima, Med Hondo, Férid Boughedir o Souleymane Cissé, cada uno en su estilo.
Uno de los grandes logros en la emancipación de estos cines frente a las directrices marcadas por occidente surge de que, en este siglo XXI, el director africano ya no ha de hacer concesiones al público foráneo al no depender de éste su éxito comercial. Si antes Francia (a través de subvenciones, técnicos y el control de la postproducción) y otros países (con coproducciones y ayudas) imponían sus agendas en relación a la estética formal, las narrativas, los temas, los formatos, los géneros o las calidades técnicas de las películas africanas que se veían en festivales internacionales y permitían fijar las residencias permanentes de sus autores en Europa y América, estamos asistiendo cada vez en mayor medida a una liberación de los creadores africanos al alcanzar cierta independencia económica.
Una puntualización: no hay duda de que seguirán existiendo películas concebidas para moverse por festivales como la arriba citada del director Kivu Ruhorahoza, pero ya no se tratará del grueso de producción africana. La trayectoria de este joven ruandés es sintomática de un tipo de director cada vez menos numeroso. En el 2011 se dio a conocer con su desigual aunque sugerente Grey Matter, encumbrada por una crítica siempre dispuesta al descubrimiento de joyas únicas al ser la primera película realizada en Ruanda por un director local que se enfrentaba de manera íntima al trauma y la locura derivados del genocidio con escenas oníricas y poéticas evitando una narrativa lineal convencional.
Por la peculiaridad del tratamiento del tema, encontró espacio en festivales de todo el globo, a pesar de caer una y otra vez en un relativismo estético complaciente y carecer de la fuerza de obras más "populares" como Sometimes in April (2005) del veterano director de la FEMIS, el haitiano Raoul Peck. Con Idris Elba como protagonista, conocido únicamente por aquel entonces por su papel de Stringer "Bell" en The Wire, Sometimes in April sigue siendo a día de hoy la mejor película realizada sobre el genocidio ruandés.
Por su valentía en el tratamiento de un tema tan sensible una década después de la masacre sirviéndose de la compleja historia de una pareja de hermanos de bandos opuestos que se encuentran en el aniversario del genocidio y, especialmente, por la decisión de su director de realizarla para televisión para llegar a una audiencia lo más amplia posible, las decisiones de Peck y la trayectoria de Ruhorahoza nos ponen sobre la pista de dos tendencias muy marcadas en los cines africanos actuales: la primera estaría compuesta por un grupo de películas desconocidas en África y realizadas con el fin de viajar de uno a otro festival extranjero y, la segunda, por aquellas cuya razón de ser es comunicarse con su audiencia, sea esta local o universal, y que se sirven de géneros reconocibles por el público general, ansioso de reconocerse en la pantalla.
El experimento que supuso Timbuktú de Abderrahamane Sissako (2014) demuestra que existe una vía intermedia muy fructífera.
Encontramos ejemplos de esta segunda tendencia en películas como Ayanda(2015) de la sudafricana Sara Blecher, presentada recientemente en nuestro país en el ciclo de cines africanos organizado por África imprescindible en la Filmoteca de Navarra, mientras los espectadores londinenses hacían lo propio. Su directora, conocida por el cortometraje documental sobre los más dotados "surfistas de trenes" Surfing Soweto (2010) y por el largometraje de ficción Otelo Burning (2011), filme que recibiría en su momento una muy grata acogida entre la crítica y los festivales, ha dado un giro en su producción con un melodrama popular sobre una joven hipster homónima (Fulu Moguvhani, premio a la mejor actriz protagonista en el AFRIFF) que ha de hacer paces con el recuerdo de su padre y consigo misma a través del arte.
Frente a sus propuestas anteriores, Ayanda es la primera película de Blecher dirigida a las audiencias mayoritarias que asisten a salas comerciales, razón por la cual ha sido comprada por ARRAY, la distribuidora de Ava DuVernay, para distribuirse en teatros de los EE.UU. Mezclando con inteligencia ingredientes coloristas de la cultura local y temas universales como el amor, la familia, la traición, la corrupción, la llegada a la madurez y la amistad, Ayanda es un melodrama al uso que sitúa en el centro a una energética protagonista en busca de su camino en la vida. Ayanda vive en Yeoville con su madre y amigos, el barrio más multicultural y Pan-africano de Joburg.
La vida en Yeoville se convierte en metáfora de un continente multicultural que mira al futuro y que no se ha de ver forzosamente reducido a conflictos armados, xenofobia y epidemias sanitarias o gritos anti capitalistas. Más que en la propia trama (repetida con matices mil veces en la literatura y el cine), el énfasis se ha puesto en la construcción de un personaje de fácil identificación para el público y en la gratificación del espectador al seguir la historia sin esfuerzo. Según palabras de su directora, "mi intención es brindar un modelo nuevo de mujer para las generaciones jóvenes que amplíe las posibilidades de lo que pueden ser sus vidas".
Frente a narrativas de violencia y los análisis de la Sudáfrica post-apartheid habituales, el recurso a un barrio como Yeoville en efervescencia creativa como telón de fondo nos habla del interés por crear con esta película un producto económico-cultural que busca aliarse con un público universal joven y cosmopolita, preocupado más en encontrar peinados y referentes de moda que en recibir discursos plagados de advertencias sobre los efectos dañinos del desenfreno humano ligado a los excesos del capitalismo, el peligro de practicar sexo sin protección o la importancia de preservar las costumbres tradicionales.
En los próximos meses y años, nos irán llegando más y más películas como éstas, que forzarán al espectador habituado a documentales con financiación de ONGs o ayudas gubernamentales a refinar su crítica y reconocer que los cines africanos son mucho más diversos y muy diferentes de lo que creía...
FUENTE .http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2015/11/narrativas-populares-en-los-cines-africanos-listo.html
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