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martes, 4 de agosto de 2015

La casa de niños que ya son hombres



Cuando me contaron la historia pensé en eso tan repetitivo y cierto de “la realidad supera la ficción”. Me la contaron dos educadores de la Casa del Niño, el orfanato de Martín Freire en el que sucedáneos de monjas y educadores tan entregados como inexpertos y en algunos casos retorcidos dieron cobijo a niños cuyos padres eran lo que entonces se conocía como “pobres de solemnidad”.

 Hijos de padres que solo tenían sus brazos, un sueldo mísero y un carnet de la Beneficencia que les facilitaba médico y medicinas en tiempos negros de la España más negra. Esos niños son hoy padres y abuelos. Hace unos días hicieron su reivindicación al Ayuntamiento de LPGC para que la casa que mató tanta hambre y dio techo a los niños pobres sea recuperada como centro Sociocultural. Y más; que los archivos, las fichas escolares con datos personales, sean localizadas y protegidas; que sus propietarios, esos hombres de los que hablo, tengan fácil acceso a una página crucial de sus vidas. Ya les dije que tengo documentación que solo les pertenece a ellos. Está a su disposición. ¿Cómo llegó a mi?, algunos desalmados que “velaban” por la seguridad del centro de acogida aprovecharon uno de los tantos incendios sofocados allí dentro para rapiñarlas y hacérmelas llegar. Hubo una época en la que transité mucho la Casa del Niño y pude conocer historias abrumadoras. Una especialmente. Vuelvo al inicio de mi columna y la cuento. Un día la población escolar vio incrementada su clientela con tres hermanos. Hijos de la mala suerte.
Esos niños, a los que con el tiempo conocí ya hombrecitos, eran de Granada. Viajaron a Gran Canaria con sus padres que en los destartalados años setenta se podían permitir el lujo de disfrutar de vacaciones. Gente rica. Los cinco, el matrimonio y los tres hijos, llegaron a la isla y se hospedaron en el sur. Desde allí se movían con comodidad y, poco a poco, recorrieron esta tierra. No sospechaban que ese viaje cambiaría al rumbo de sus vidas. La tarde que el matrimonio decidió conocer la capital lo hicieron con un coche de alquiler. A la altura de la potabilizadora un camión arrolló el vehículo. El matrimonio murió y los tres niños apenas sufrieron rasguños. Desde ese día la casa de los tres fue la Casa del Niño. Allí crecieron y allí hallaron a dos educadores que sustituyeron con sobresaliente a los padres que perdieron.
Cuando las autoridades se pusieron en contacto con los familiares de los pequeños para que se hicieran cargo de los chicos saltó la primera sorpresa. Se negaron. Ninguno quería saber nada porque los fallecidos eran la parte más pudiente de todos. El resto eran obreros que salían adelante como podían. No tenían ni medios ni ganas de ver cómo su existencia se complicaba todavía más de los que ya estaba con tres bocas nuevas. Y es ahí cuando entró en juego la Casa del Niño. Allí fueron a parar los tres huérfanos; allí crecieron, allí estudiaron y aquí se han quedado. Las fiestas más señaladas del año, recordaban dos de ellos en una reunión familiar a la que me invitaron, no las pasaron nunca en soledad. A su lado estuvieron siempre dos magníficos educadores de la Casa del Niño que siendo muy jóvenes, con carreras recién terminadas, se convirtieron en su familia. En su única familia. La biológica no les dio cobijo.
Ellos, sí.

Entre aquellas fichas que menciono más arriba figuraba la de tres niños que compartían apellidos. Hace poco hablé con dos de ellos y -ya es cabezonería- me contaron que han dejado de hablarse, no mantienen contacto. ¿Razones?, ni ellos mismos saben explicarlas.
Pobres chicos.
fuente : http://www.marisolayala.com/

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