Autor invitado: Gaetan Kabasha (*)
Al desembarcar en el aeropuerto de Bangui, el calor es sofocante y pegajoso. Imposible imaginar que estamos en la época de lluvia. En efecto, esta región es siempre calurosa en todas las épocas y su calor va acompañado de humedad, lo que lo hace que la sensación térmica sea más ingrata todavía. A parte de ese calor que nunca ha cambiado, Bangui sigue siendo la capital de un país completamente deshecho por los enfrentamientos y desestructurado en todos los ámbitos de su vida nacional.
Al tocar tierra, salta a la vista de forma inmediata algo inaudito: los campamentos de desplazados alrededor del aeropuerto, a dos metros de la pista de aterrizaje. Son tiendas improvisadas de lona que dan cobijo a algunos de los habitantes de Bangui que tuvieron que huir de sus casas durante los enfrentamientos entre los anti-Balaka y los Seleka. Muchos vieron sus casas destruidas; otros, perdieron todas sus pertenencias y no saben cómo volver a rehacer su vida en sus barrios de origen. Prefieren quedarse en los campamentos donde, al menos, las organizaciones humanitarias les proporcionan comida de subsistencia. Desgraciadamente todo el país está lleno de desplazados atenazados por la desesperación, el horror y la miseria.
A unos metros del avión, los pasajeros son dirigidos a una tienda sanitaria donde cada uno pasa el control de la fiebre y tiene que llenar una ficha de reconocimiento médico indicando su posible contacto con infectados del ébola.
Dentro y fuera del aeropuerto, se nota sensiblemente la presencia militar de todos los colores: soldados franceses, cascos azules, policías centroafricanos etc., no falta el verde oliva del uniforme de la Guardia Civil española. Sin embargo, el viajero no siente ninguna amenaza, sino todo lo contrario. Es una presencia discreta seguramente para asegurar a los pasajeros. La sala de espera de los equipajes es, como siempre ha sido, un exiguo sitio donde se juntan tanto los pasajeros como algunos de los que vienen a esperarlos. El calor producido tanto por la multitud de gente como el clima mismo es absolutamente insoportable. Además, nunca sabes cuándo llegará tu maleta ni cómo conseguir el carrito para llevarla. Cuando logras encontrar tus maletas, las tienes que abrir en presencia de los policías nacionales, que inspeccionan con sus manos todos los rincones, para comprobar lo que solo ellos saben. ¡Supongo que se imaginan que desde Paris uno puede estar introduciendo armas en el país dentro de las maletas!.
La carretera que va del aeropuerto al centro de la ciudad está pavimentada con un deteriorado asfalto lleno de agujeros y socavones. Es un continuo circular de personas y taxis sin que nada pueda separarlos. Tanto los que caminan como los automóviles ocupan la misma carretera. El coche tiene que circular cuidadosamente para evitar chocar contra los artículos de los vendedores que circulan por la misma vía. La proximidad entre viandante y automóvil es tal que, a veces, se introducen por las ventanas los más diversos objetos de venta. Hay que decir que los conductores tienen habilidad especial y son capaces de hacer sin riesgo este tipo de carrera de obstáculos.
La polución y el olor al combustible quemado de los vehículos es otra de las características de esa ciudad. El polvo se levanta de todas las calles. Bangui es una ciudad que no muestra ningún signo de progreso desde muchos años. La mayoría de las calles son de tierra y las que están asfaltadas se han convertido en un peligro público por los agujeros y grandes trozos de tierras polvorientas.
Más allá dentro de la ciudad, se observan imponentes todoterrenos de las organizaciones humanitarias que se multiplican cada día intentando dar algo de esperanza a este pueblo que lleva dos años, inmerso en una espiral de violencia. Los coches particulares fueron saqueados o dañados por la guerra, o sencillamente están escondidos por miedo a los atracadores. Se diría que el país está tomado por los extranjeros que son los únicos que circulan por sus carreteras, a veces escoltados por las fuerzas militares internacionales.
Un poco de historia
La República Centroafricana lleva dos años sumida en una violencia difícil de entender. Dicha violencia que se arraiga en una superposición de conflictos fundamentados principalmente en malos gobiernos, se desató con la llegada de un movimiento político-religioso llamado Seleka, que es un conjunto de movimientos de corte islámica. Se organizaron en el nordeste del país y atacaron al gobierno central dirigido por el general Bozize a finales de 2012. Llegaron al poder en marzo de 2013, desarticulando al ejército nacional. Desde entonces, el caos se instaló en el país. El golpe de Estado fue seguido de saqueos, violaciones de mujeres, destrucción de viviendas y todo tipo de violaciones de los derechos humanos.
En reacción a este estado de cosas, los jóvenes de otras creencias religiosas se levantaron en un movimiento denominado “anti-Balaka”. Estos llevaron la barbarie al extremo al iniciar una limpieza religiosa en la parte noroeste del país. Poco a poco, el conflicto tomó un tinte religioso entre los musulmanes representados por los Seleka y los otros habitantes representados por los anti-Balaka. De repente, el país se sumergió un espiral de violencia que pudo haber acabado en un verdadero genocidio si no hubiera intervenido la Comunidad Internacional.
Francia envió tropas en una operación llamada “SANGARIS” para parar la sangría. La Unión africana envió también tropas que luego se transformó en una operación de la ONU llamada “MINUSCA”. Luego, más tarde, la Unión Europea decidió también enviar cerca de mil militares entre ellos unos cien españoles. Gracias a la intervención de la Comunidad Internacional, el genocidio se evitó pero no el caos y la desconfianza.
Los Seleka se retiraron en la parte nordeste del país con armas y bagajes. Entre tanto los anti-Balaka se afincaron en la parte noroeste. Unos y otros controlan las ciudades, aldeas y las carreteras, y siguen tomando el pueblo como rehén en sus zonas respectivas.
Después del Foro Nacional de Reconciliación celebrado el pasado mes de mayo, parece que los ánimos se han calmado. La impresión general y los comentarios más frecuentes aseguran que todos los combatientes quieren pasar la página y volver a la paz. El único obstáculo es el miedo de unos y otros, especialmente de los Seleka. Piensan que una vez desarmados pueden ser objetos de venganza por parte de los que sufrieron su ocupación y su brutalidad. Lo mismo ocurre con los anti-Balaka que temen ser víctimas de ajustes de cuentas con sus rivales si llegan a abandonar las armas.
Hablando con los habitantes de Bangui, todos te dicen que quieren la paz. Ya nadie cree ni en los anti-Balaka ni en los Seleka. Todos esperan con ansias la celebración de las elecciones presidenciales para dotar el país de instituciones sólidas capaces de poner todo en orden y abordar un futuro esperanzador.
fuente : http://blogs.elpais.com/africa-no-es-un-pais/2015/07/rca-bangui-.html
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