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viernes, 15 de enero de 2021

Historia del abandono de un paciente canario en Sevilla.

                          

Carmelo Gil Rodríguez

 El día11 de octubre de 2020 me encontraba en la casa que mis padres tienen en el campo, disfrutando de un domingo tranquilo con mi mujer. En una acción estúpida estuve a punto de perder la vida.

 En una barbacoa de mampostería solía quemar la poda de  los árboles, lo que suelen llamar rastrojos. Ese día utilicé una garrafa de gasolina para avivar las llamas, una imprudencia que me causó quemaduras en el 40% de mi cuerpo.

Tengo mencionar que hoy puedo contarlo gracias a la rápida reacción de mi mujer que me ayudó a quitarme la ropa en llamas, a los vecinos que acudieron en seguida y llamaron a emergencias. Fueron en mi auxilio: ambulancia, bomberos, guardia civil y policía local.

Mi último recuerdo fue cómo me trasladaban los bomberos en camilla hasta la ambulancia donde oí decir a uno de los técnicos que me administrarían morfina.

Me llevaron al Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín y al día siguiente me enviaron en un avión del SAMU al Hospital Virgen del Rocío en Sevilla. En ese hospital estuve 24 días en coma inducido y posteriormente ingresado en la unidad de quemados. La labor del personal sanitario, tanto de cirujanos, médicos, enfermeros, etc…fue excelente y lo mismo he de decir sobre el trato humano de estas personas.

El día 23 de noviembre decidieron darme el alta médica y ahí es cuando empieza mi odisea. Dos días antes de la fecha mencionada mi rehabilitación consistió en lo siguiente: me sentaban en un sillón de plástico donde el primer día llegué a sufrir dos desmayos en una hora, al siguiente día resistía un poco más pero no lo suficiente como para hacer un viaje en avión de más de 2 horas.

Las ganas de volver a casa eran tantas que en ningún momento me planteé si estaba preparado para ese viaje y desafortunadamente no lo estaba. Me trasladaron en ambulancia al aeropuerto, donde me esperaban con una silla de ruedas el personal del aeropuerto que está encargado de la ayuda a la movilidad de personas discapacitadas, ellos me llevaron al avión y, cuando yo estaba sentado en mi butaca y aun estaban entrando los pasajero,   me dio un síncope (un desmayo con espasmo como me había ocurrido anteriormente en la clínica).

El médico de Aena me dijo que yo no podía volar ese día debido a mi estado, y que había sido una suerte que eso me ocurriera antes de despegar el avión. Me volvieron a trasladar en ambulancia a urgencias del hospital Virgen del Rocío. En la sala de urgencias del hospital esperábamos unas 60 personas, sin ventilación, ventanas cerradas, un verdadero caldo de cultivo para podernos contagiar todos si entre nosotros hubiese habido un paciente con la COVID.

Cuando fui atendido por el doctor y diagnosticó que no era una enfermedad lo que yo padecía sino una falta de rehabilitación, empezó mi verdadero calvario. ¿Dónde iba a ir? ¿Cómo me trasladaría? Estas preguntas le hice al doctor que en un principio decía que no era asunto suyo, pero tras insistir y hacerle ver que yo no podía ir en taxi normal, que era un ciudadano canario sin vivienda familiar en Sevilla, que no tenía movilidad apenas en las piernas, se compadeció un poco y nos consiguió lo que yo le fui sugiriendo: un documento para continuar haciéndome las curas en el hospital los próximos días y localizar una empresa que alquilase sillas de ruedas. El hotel lo gestionamos nosotros directamente, el mismo donde se había alojado mi mujer todo el tiempo que duró mi hospitalización.

Permanecimos una semana más en Sevilla. Mi objetivo en esos días era permanecer sentado el máximo de tiempo posible sin tener ningún desmayo, iba cada dos días al hospital para hacerme las curas, debo decir que en el centro sanitario me atendían estupendamente. Entre eso y buscar dónde almorzar se nos iban los días hasta que finalmente el 30 de noviembre intentamos de nuevo volver a casa.

Esta vez no tenía dudas de que lo iba a conseguir. Esa mañana desayuné todo lo que pude, alquilé una ambulancia para ir tumbado hasta el aeropuerto y reservar el máximo de fuerzas para el viaje. Durante el vuelo iba más concentrado que un monje Shaolin en permanecer despierto. Cuando finalmente aterrizamos en Gran Canaria no pude contener las lágrimas. Había cumplido mi objetivo.

Toda esta historia quizás no parezca gran cosa pero en el fondo lo que pretendo es hacer una crítica al desentendimiento, falta de seguimiento o como lo quieran llamar por parte de los hospitales hacia los pacientes que ellos estiman dar de alta. No soy el primer canario, ni desgraciadamente el último, que trasladan al Hospital Virgen de Rocío en Sevilla o a otros centros sanitarios de la Península. Tuve la suerte de tener recursos propios para poder estar una semana más allí, realizando una rehabilitación que me permitiera estar preparado para entrar en el avión. ¿Qué le hubiera pasado a otro paciente sin recursos ni apoyo familiar?¿Se hubiera tenido que montar en el avión arriesgándose a tener un problema de corazón durante el vuelo?

No digo que sea los facultativos quienes deben de hacer este seguimiento, pero pongamos que cuando me dan el alta en urgencias yo no tengo dinero para alquilar una silla o pagarme un hotel una semana. Mi mujer llamó al Hospital Negrín y le dijeron que desde aquí no podían hacer nada por mi. En Sevilla tampoco podían hacer nada ¿Qué hubiera pasado? Es una situación de desamparo en la que no deseo que nadie más se vea.

Ese es el verdadero motivo por el que he querido contar  mi historia. Carmelo Gil Rodríguez.                    

*Este texto nos lo envió su autor, Carmelo Gil Rodríguez, un ciudadano grancanario residente en Vecindario, para su publicación en nuestro blog, con la intención de que las autoridades sanitarias canarias tengan en cuenta las situaciones por las que pueden pasar pacientes canarios que deben ser atendidos fuera de las islas después de recibir el alta. En la fotografía se puede ver al autor del texto en la habitación del hotel donde tuvo que estar una semana antes de poder montarse en el avión para regresar a Gran Canaria.

fuente: 

El día11 de octubre de 2020 me encontraba en la casa que mis padres tienen en el campo, disfrutando de un domingo tranquilo con mi mujer. En una acción estúpida estuve a punto de perder la vida. En una barbacoa de mampostería solía quemar la poda de  los árboles, lo que suelen llamar rastrojos. Ese día utilicé una garrafa de gasolina para avivar las llamas, una imprudencia que me causó quemaduras en el 40% de mi cuerpo.

Tengo mencionar que hoy puedo contarlo gracias a la rápida reacción de mi mujer que me ayudó a quitarme la ropa en llamas, a los vecinos que acudieron en seguida y llamaron a emergencias. Fueron en mi auxilio: ambulancia, bomberos, guardia civil y policía local.

Mi último recuerdo fue cómo me trasladaban los bomberos en camilla hasta la ambulancia donde oí decir a uno de los técnicos que me administrarían morfina.

Me llevaron al Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín y al día siguiente me enviaron en un avión del SAMU al Hospital Virgen del Rocío en Sevilla. En ese hospital estuve 24 días en coma inducido y posteriormente ingresado en la unidad de quemados. La labor del personal sanitario, tanto de cirujanos, médicos, enfermeros, etc…fue excelente y lo mismo he de decir sobre el trato humano de estas personas.

El día 23 de noviembre decidieron darme el alta médica y ahí es cuando empieza mi odisea. Dos días antes de la fecha mencionada mi rehabilitación consistió en lo siguiente: me sentaban en un sillón de plástico donde el primer día llegué a sufrir dos desmayos en una hora, al siguiente día resistía un poco más pero no lo suficiente como para hacer un viaje en avión de más de 2 horas.

Las ganas de volver a casa eran tantas que en ningún momento me planteé si estaba preparado para ese viaje y desafortunadamente no lo estaba. Me trasladaron en ambulancia al aeropuerto, donde me esperaban con una silla de ruedas el personal del aeropuerto que está encargado de la ayuda a la movilidad de personas discapacitadas, ellos me llevaron al avión y, cuando yo estaba sentado en mi butaca y aun estaban entrando los pasajero,   me dio un síncope (un desmayo con espasmo como me había ocurrido anteriormente en la clínica).

El médico de Aena me dijo que yo no podía volar ese día debido a mi estado, y que había sido una suerte que eso me ocurriera antes de despegar el avión. Me volvieron a trasladar en ambulancia a urgencias del hospital Virgen del Rocío. En la sala de urgencias del hospital esperábamos unas 60 personas, sin ventilación, ventanas cerradas, un verdadero caldo de cultivo para podernos contagiar todos si entre nosotros hubiese habido un paciente con la COVID.

Cuando fui atendido por el doctor y diagnosticó que no era una enfermedad lo que yo padecía sino una falta de rehabilitación, empezó mi verdadero calvario. ¿Dónde iba a ir? ¿Cómo me trasladaría? Estas preguntas le hice al doctor que en un principio decía que no era asunto suyo, pero tras insistir y hacerle ver que yo no podía ir en taxi normal, que era un ciudadano canario sin vivienda familiar en Sevilla, que no tenía movilidad apenas en las piernas, se compadeció un poco y nos consiguió lo que yo le fui sugiriendo: un documento para continuar haciéndome las curas en el hospital los próximos días y localizar una empresa que alquilase sillas de ruedas. El hotel lo gestionamos nosotros directamente, el mismo donde se había alojado mi mujer todo el tiempo que duró mi hospitalización.

Permanecimos una semana más en Sevilla. Mi objetivo en esos días era permanecer sentado el máximo de tiempo posible sin tener ningún desmayo, iba cada dos días al hospital para hacerme las curas, debo decir que en el centro sanitario me atendían estupendamente. Entre eso y buscar dónde almorzar se nos iban los días hasta que finalmente el 30 de noviembre intentamos de nuevo volver a casa.

Esta vez no tenía dudas de que lo iba a conseguir. Esa mañana desayuné todo lo que pude, alquilé una ambulancia para ir tumbado hasta el aeropuerto y reservar el máximo de fuerzas para el viaje. Durante el vuelo iba más concentrado que un monje Shaolin en permanecer despierto. Cuando finalmente aterrizamos en Gran Canaria no pude contener las lágrimas. Había cumplido mi objetivo.

Toda esta historia quizás no parezca gran cosa pero en el fondo lo que pretendo es hacer una crítica al desentendimiento, falta de seguimiento o como lo quieran llamar por parte de los hospitales hacia los pacientes que ellos estiman dar de alta. No soy el primer canario, ni desgraciadamente el último, que trasladan al Hospital Virgen de Rocío en Sevilla o a otros centros sanitarios de la Península. Tuve la suerte de tener recursos propios para poder estar una semana más allí, realizando una rehabilitación que me permitiera estar preparado para entrar en el avión. ¿Qué le hubiera pasado a otro paciente sin recursos ni apoyo familiar?¿Se hubiera tenido que montar en el avión arriesgándose a tener un problema de corazón durante el vuelo?

No digo que sea los facultativos quienes deben de hacer este seguimiento, pero pongamos que cuando me dan el alta en urgencias yo no tengo dinero para alquilar una silla o pagarme un hotel una semana. Mi mujer llamó al Hospital Negrín y le dijeron que desde aquí no podían hacer nada por mi. En Sevilla tampoco podían hacer nada ¿Qué hubiera pasado? Es una situación de desamparo en la que no deseo que nadie más se vea.

Ese es el verdadero motivo por el que he querido contar  mi historia. Carmelo Gil Rodríguez.                    

*Este texto nos lo envió su autor, Carmelo Gil Rodríguez, un ciudadano grancanario residente en Vecindario, para su publicación en nuestro blog, con la intención de que las autoridades sanitarias canarias tengan en cuenta las situaciones por las que pueden pasar pacientes canarios que deben ser atendidos fuera de las islas después de recibir el alta. En la fotografía se puede ver al autor del texto en la habitación del hotel donde tuvo que estar una semana antes de poder montarse en el avión para regresar a Gran Canaria.

fuente:  https://juanglujan.wordpress.com/

 

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