Hoy me he despertado con ganas de levantar pasiones. Y, como lo de las efusiones analógicas está imposible en este mundo de autistas digitales, he resuelto meterme donde no me llaman a ver si así me salen partidarios y detractores ardorosos.
Aparte de lo ridículo, obsceno, e inmoral del asunto, tal fantasmada revela algo más profundo. Ni políticos ni banqueros ni Felipe VI propiamente dicho. Aquí y ahora los reyes son los futbolistas de élite. Los intocables. La casta. Los putos amos. La culpa no es suya. Consentidos y adulados hasta la arcada por demasiados, lo raro es que no nos escupan por inferiores al populacho. Tengo colegas, excelentes periodistas y mejores personas, que pierden el pudor, la objetividad y el oremus al hablar de según qué jugadores. Que si generan mucho más de lo que cobran. Que si están presionadísimos y por eso pierden los nervios. Que si el honor y la imagen y el PIB del país depende de ellos. Vale. Aceptemos barco. Claro que los niños quieren ser Messi, o Ronaldo, o De Gea. Por eso mismo, habría de tratárseles como lo que son. Por muy divinos que parezcan, no son más que hombres. Sufren. Gozan. Aciertan. Yerran. Dicho esto, no se priven de darme lo mío por meterme en camiseta de 11 varas. Razón: @luzsmellado.
http://elpais.com/elpais/2016/07/13/opinion/1468413712_608132.html
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