Imaginen que este columnista, por hache o por be, va y se pelea con la gramática. ¿Qué pasaría? Sus lectores leabandonarían, recibiría un amable correo del director y adiós columna. Nada grave. Pero la cosa cambia, y mucho, cuando la pifia es del poder establecido. Por minúscula que sea, la impericia oficial es un asunto muy serio. Si además no se corrige, si las pifias institucionales se maridan con la inercia, el acostumbramiento, la lenidad, todo se va llenando de obuses abandonados. Puede que no pase nada, pero nada será igual.
Además, con demasiada frecuencia sí que pasan cosas. Y muy graves. La ineptitud de los gestores públicos, envuelta en brumas institucionales demasiado densas, ha conducido a tragedias como Madrid Arena. El epílogo de esa tragedia fue un esperpento, que entremezcló la náusea con el dolor. Pero al menos la alerta social evitó otros males: encendió los faros en la fosca noche institucional, impidiendo que escaparan de puntillas los responsables políticos. LEER MAS...
AUTOR .
Rafael Inglott
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