Basado en un hecho real.
Mary Almenara
Querida amiga:
sé que nunca leerás esta carta, sé que nunca sabrás de su existencia pero aun
así no puedo ni quiero dejar de escribirla. Créeme que aun teniendo tantos
recuerdos no sé cómo empezar porque se me amontonan tantos en la cabeza que me
cuesta coger el hilo.
Contrajiste
matrimonio y te fuiste a vivir a la casa de tus padres dejando atrás un casa
que nunca se convirtió en tu hogar, dejaste de ser una recién casada para
convertirte en la madre de tus hermanas/os, la mujer que llevaba sobre sus
espaldas la responsabilidad de toda la familia.
Fuiste la chica
para todo, la que se levantaba temprano mientras tus hermanas mayores dormían y
las pequeñas se habían ido al colegio, tú ya estabas enredada haciendo las
tareas de la casa.
Al nacer tus
hijos dividiste tu amor entre ellos y tu padre, lo adorabas, y por él
sacrificaste hasta tu juventud, tus paseos con los niños y tu marido. No
saliste nunca de esta isla para no dejarlo solo pues sabias que eras la única
que llevaba el timón de aquel barco donde, sin ti, éste se hundiría
irremediablemente.
Los años
pasaron, tu padre enfermó y allí estabas tú para cuidarlo dividiéndote, como
siempre entre él, y tus niños.
Al fallecer tu
padre te dejó dos herencias, una económica muy sustanciosa y la otra física, tu
madre, a la que cuidaste hasta su muerte y continuaste encerrada en aquella
casa, ahora pendiente de la llegada de tus hijos, pues aunque cada uno se casó
y cogió su camino venían a visitarte cuando podían.
Aun así tu siempre estabas cuidando de
tenerles la comida caliente y dispuesta para cuando llegaran, siempre pendiente
del teléfono esperando la llamada para abrir y cerrar el garaje, que no
tuvieran que bajar del coche, para eso estaba su madre.
Pasados muchos
años llegó el momento en el que tus hermanas/os permitieron que cogieras la
herencia que tu padre les dejó a tus hijos y, lógicamente, a ti. Pero al igual
que nunca leerás esta carta, tampoco podrás disfrutar del dinero y bienes que
por ley te pertenece, no podrás salir de viaje, ni comparte ropa ni tan
siquiera podrás ir a comerte un helado que era tu gran pasión.
Poco a poco noté
que ibas cambiando tus hábitos, ya no salías ni siquiera a comprar el pan o al
super como hacías casi cada día. Ya no escuchabas tu música favorita y la casa
se iba quedando cada vez más silenciosa. Hablé con uno de tus hijos, el único
que ultima mente venía a visitarte, te llevó al médico y, desgraciadamente, se
confirmó lo que temíamos. El Alzheimer había entrado en tu vida cobardemente,
sin pedir permiso solo se limita a mandar sutiles mensajes que al principio colma
de dudas a la familia hasta que, poco a poco se dan cuenta que ya su familia no
es la misma, que su comportamiento va cambiando hasta convertirse en un ser autómata
que no sabe quien es ni quien le rodea.
Mi querida
amiga, sé que no entenderías que te abrace fuerte para despedirme de ti, ahora
que aún me reconoces.
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