Aunque nos
cueste creerlo, aún en pleno siglo XXI, se habla bien poco de los inventos
ideados por una mujer. Desde tiempos ancestrales se creó el estereotipo de la
mujer sumisa, ama de casa, siempre paciente y, sobre todo, dependiente del
varón.
Un ejemplo de la
desigualdad entre el hombre y la mujer la tenemos en Concepción Arenal quien
tuvo que cortarse el pelo, vestir levita y sombrero para, así disfrazada de
hombre, poder entrar en la Facultad de derecho como oyente. Esta misma suerte
corrieron otras mujeres en los años 1800 lo que no acabó en los años
siguientes, por el contrario, en la dictadura de Franco también se las
marginaba.
Sin embargo, no
cejaron en su interés por estudiar pese a las prohibiciones emergiendo de ahí
grandes mujeres inventoras que, pese a sus esfuerzos, no podían poner lo
inventado a su nombre sino al de su esposo.
Un ejemplo de la
voluntad y tesón de estas mujeres lo tenemos en la canaria Candelaria Pérez
comerciante y viuda quien, en 1889, obtuvo una patente por un auténtico (todo
en uno) para el hogar. Había diseñado un mueble que incluía una cama que se
combinaba con el tocador, un lavabo, mesilla de noche, escritorio, bidé, mesa
de ajedrez y otra de comedor.
Es una pena que
esto apenas se conozca y, mucho menos se hable de esta mujer canaria, por más
señas.
MUJERES
INVENTORAS.
FERMINA ORDUÑA Y
EL CARRUAJE PARA LA LECHE.
La discriminación entre hombres y mujeres ha
hecho que muchas de estas últimas se hayan visto privadas de mostrar su
inteligencia a los ojos del mundo solo por ser mujer. Para poder registrar una
patente debían pedir permiso a sus maridos, padres o hermanos pues de no ser de
este modo se la negaban categóricamente.
Fue a partir de 1923 cuando pudieron
solicitar un procedimiento administrativo que tenía una validez de tan solo
quince años, pero aún con esta opción eran pocas las que se atrevían a pedir
esa solicitud por prohibiciones familiares y las que se animaban lo hacían en
los campos relacionados con los trabajos que se suponían propios de la mujer
como la sanidad o la costura.
De esta manera protegían sus ideas pues
muchas se habían quedado viudas y no podían hacerse cargo de los gastos
familiares.
Una de estas mujeres inventoras fue Fermina
Orduña quien ideo y patentó un carruaje especial para vender por las calles;
leche de burra, cabra o vaca. Con esto se lograba hacer más fácil la venta de lácteos
al público. Por ello se le concedió una
protección por cinco años que le fue otorgada el 20 de mayo de 1865.
Atrás quedan
aquellos señores que, con su cachorro a medio lado, el cigarro Gruger en la
comisura de los labios, y el jarro de aluminio que servía de medida recorrian
nuestras calles para vendernos la leche recién ordeñada.
Los chiquillos salíamos como locos con la
escudilla y el gofio para comernos aquel manjar que, según los médicos de hoy,
podría matarnos por no estar hervida o pasteurizada.
De seguro que también lo multarían por no ir
con gorro blanco, bata y mascarilla. Que rica estaba y como sacó a más de un
niño del raquitismo o de otra enfermedad para la que en aquella época no había
cura. Aquella leche tenía una mágica mezcla entre humo de cigarro y sudor de
hombre de campo, pero, nos sabia a gloria bendita.
Hoy apenas se tocan los animales ni siquiera
par ordeñarlos, les enchufan los chupos y la leche pasa por tubos hasta las
cisternas que las llevan a las empresas para su proceso de pasterización. Luego
nos la venden en cajas de cartón, llamadas, tetrabrik, y cuando la tomamos es
como agua de la talla.
Que las cosas
deben cambiar es cierto y que hoy hay más higiene también, pero no me negaran
que ya nada tiene el mismo sabor. Ni los plátanos saben como los que
comprábamos desmanillados abajo en el Punto, ni las naranjas tienen el sabor de
las de la Higuera Canaria, ni los higos son como los de Valsequillo.
Hoy nos lo
venden todo metido en plásticos que, por mucho que nos digan, cambia el sabor
de la fruta y verdura y, aunque no soy de las que piensan que cualquier tiempo
pasado fue mejor, sí afirmo que lo que comíamos aún careciendo del aseo
requerido, tenía el sabor exquisito y natural que deben tener los alimentos.
Cierto que para
los muy puritanos existen los productos ecológicos al que cada vez se acude con
mayor frecuencia.
María Sánchez
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