Se
despierta al escuchar la alarma del pequeño reloj que cada día la llama a las
seis en punto de la mañana de lunes a sábado. Como cada día, también, estira
los brazos, los pies y nota un dolor punzante en un costado al que no quiere
darle mucha importancia, pero que a cada instante le recuerda que ya tiene
setenta años.
Sin dilación coloca la cafetera en la placa y,
mientras espera a que el café esté terminado coloca el mantel y sobre él tres
tazones, el azúcar, pan de molde, mantequilla y cereales. Aún le queda tiempo
para conectar la lavadora mientras se escucha el sonido del café que está a
punto de salir.
Se
sirve una taza y, despacio, la saborea sabiendo que hasta las tres de la tarde
este será el único momento que tiene para sentarse.
Coloca la taza vacía en el fregadero mientras
va pensando en la comida del medio día; potaje para su nieto Jorgito y para
ella, a los gemelos le preparará unos espaguetis, para su hijo, que después de
quedar viudo y sin trabajo se vino a vivir a en la casa, le hará un filete de
pescado a la plancha y ensalada, no quiere engordar porque está saliendo con
una chica que es más joven que él y teme que lo deje como las anteriores.
Cuando
todos han desayunado y se han ido, baja a la calle para dirigirse al banco
mientras va rezando y pidiendo que le quede algún dinero para pagar el agua y
la luz. Después de esperar media hora, al fin ve que en la pantalla aparece su
número y, casi temblando, se dirige a la ventanilla donde una empleada, con
poco tacto le dice que, si no paga mañana el recibo del mes, le cortan el agua.
Su cartilla está en números rojos, tan rojos como su cara.
Abochornada
y humillada se pregunta para sus adentros ¿Cómo seguiré dando de comer a mi
hijo y nietos hasta el próximo mes que cobro mi pensión de viuda?
Haciendo
un esfuerzo sobrehumano deshace el camino andado anteriormente. De pronto
recuerda que en casa no hay pan y, con mano temblorosa, busca en la ajada cartera
unas monedas para comprarlo en el súper; sabe que debe tener el importe justo
pues de lo contrario no podrá llevarlo. ¡Cómo echa de menos aquellas tiendas de
barrio donde le apuntaban la compra hasta la próxima semana!
Al fin
y, como queriendo esconderse en una esquina del raído monedero, encuentra una
moneda de 1 € que le llega para la oferta de las tres barras.
Cabizbaja
emprende el camino que la lleva de nuevo a su casa. Se sienta en la cocina y,
apoyando la cabeza en la mesa, rompe a llorar desconsoladamente ya no sabe que
hacer para que el dinero le llegue hasta cobrar la próxima mensualidad. Por
muchos números que haga, por mucho que restrinja las compras siempre llega más
que justa a final de mes.
Piensa en sus hijos aquellos por los que
tanto luchó y trabajó para sacarlos adelante ella sola cuando su esposo
falleció. Pero, sabe que no pueden ayudarla, sabe que su hija tiene a su marido
enfermo y que viven de lo poco que él recibe de la Seguridad Social no, a esa
no puede pedirle nada.
Está su hijo, el mayor que sí tiene un buen
trabajo, pero, ya le ha pedido tantas veces que no se atreve a hacerlo una vez
más.
No sin
cierto dolor, piensa que si el que está en casa contrajera matrimonio, sería
una boca menos que alimentar aun sabiendo que esto es muy difícil mientras no
encuentre un trabajo.
Continúa
sentada y llorando sin notar que las horas pasan y no ha preparado la comida.
Su hijo y nietos llegarán de un momento a otro y no quiere que vean que ha
llorado. Se lava la cara se coloca el delantal y comienza a preparar la comida
mientras, como cada día dice, “Dios proveerá”
María Sánchez
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