A pesar que este día se proclamó en el siglo XX, a día de hoy existen hombres, cada vez
menos, que se resisten a reconocer y aceptar que unos y otras tenemos derechos que aún
hoy se pasan por alto. En aquellos años se pedía el derecho al voto y la igualdad en los
sueldos cuando se desempeña el mismo trabajo.
Esto, poco a poco, lo hemos conseguido pero no del todo, pues aún se discriminan a las
mujeres en según el trabajo que realice.
En aquellos años luchabamos por ser las dueñas de nuestro dinero, comprar y vender sin el
permiso explicito del marido ya que sin su firma no podíamos adquirir ninguna propiedad.
Cuando una mujer heredaba bienes de sus padres se tenían que resgistrar a nombre del
marido y él hacia y deshacía a su antojo. Luchamos por el derecho a los estudios, cosa que
estaba permitida solo a los hombres, eran las mujeres de la casa las que trabajan para
costear esos estudios.
Como anécdota les contaré lo que mi madre tuvo que vivir el primer día que se presentó en
el banco para cobrar un cheque. Desde el primer momento se le negó aludiendo que como
mujer no podía cobrarlo, mi madre se mantuvo en sus treces a medida que se acercaban los
empleados unos tras otro para mirarla como si fuera un bicho raro.
Así continuo la cosa hasta que llegó el director con la misma cantinela, mi santa madre con
la paciencia pero firmeza que la caracterizaba, solo le dijo “En esta cuenta soy titular al
igual que mi marido por lo que, o me da el dinero o nos lo llevamos a otra entidad
bancaria” ni que decir tiene que a partir de ese día no decían ni pio cuando ella aparecía
con el cheque en ristre.
Sin embargo, estas alturas, hay hombres y algunas mujeres que se preguntan ¿Qué más
quieren? O esgrimen, no sin cierto odio, que lo que pretendemos es anular al hombre. No
señores están equivocados, solo luchamos por una igualdad.
Para los que temen ser destronados les dejo esta frase.
No camines detrás de mi, tampoco delante, dame tu mano y caminemos juntos.
Mary Almenara.
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