Hoy quiero rendir un merecido homenaje a los pocos panaderos y panaderas que desde la
una o dos de la madrugada están preparando la masa de la que, posteriormente se elabora
el pan que llega a nuestras casas.
Unas y otros son las hormiguitas anónimas de las que apenas nos acordamos cuando
estamos saboreando el pan de cada día.
Los madrugones son el motivo por el que escasea la mano de obra, siendo necesario
acudir a las máquinas que por mucho adelanto que tengan no hay comparación a las manos
del panadero.
Hay que reconocer que la harina no tiene la misma calidad de antaño por lo que hay que
añadirle productos químicos para paliar la carencia de la que dispone la harina. Al final lo
que estamos comiendo es una masa de agua y harina a la que llamamos pan pero que nada
tiene que ver con aquellos que comíamos no hace muchos años.
Ya sabemos que si lo adquirimos en cualquier supermercado estamos comiendo un pan que
llega congelado al establecimiento, donde es horneado para su posterior venta.
Si usted tiene la suerte de llevarlo a su casa y comerlo en ese justo momento, saboreará un
exquisito pan, pero no se le ocurra guardarlo para luego porque aquello más parece un
chicle que un alimento de primera necesidad.
Atrás quedaron los olores a pan recién hecho que llenaban las calles de la ciudad, atrás
quedaron las verdaderas panaderías en las que se podía ver todo el proceso desde el
principio hasta el final.
El resultado era una exquisitez que no faltaba en ninguna casa.
Para terminar les contaré algo que me contaron. Un panadero enfermó y debía entrar al
quirófano para una intervención, puso varios anuncios para buscar una persona que se
hiciera cargo del negocio hasta su recuperación. Resultado... no apareció nadie y tuvo que
cerrar el negocio, triste pero real.
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