Mary Almenara.
Cuando vamos a los hospitales y vemos a los sanitarios con boca y nariz cubiertos con una mascarilla, nos llega a parecer que les da un toque de distinción, algo que da una apariencia de superioridad sin que ellos, lógicamente, lo pretendan.
Personalmente me solidarizo con todas esas personas que se la colocan
cuando llegan al puesto de trabajo y tienen que llevarla hasta que llegan a su
casa.
Sin embargo, dejando a un lado lo cómodo o incomodo que puede llegar a
ser no podemos pasar por alto la eficacia que han tenido y tienen frente a esta
pandemia que nos azota.
Gracias a ella evitamos ser contaminados o contaminar lo que hace que
nos sentirnos más seguros a la hora de salir a la calle y relacionarnos con
amigos o conocidos.
Pero, como todo tiene sus pros y sus contras. Los pros ya los he
enumerado, ahora queda conocer los contras que no son otros que los que
nosotros mismos creamos y son las imágenes que vemos en la televisión las que hablan
por sí solas.
A raíz del confinamiento, los mares, ríos, campos incluso las calles
se vieron exentos de la basura que día tras día vamos dejando por donde quiera
que nos movemos. Tendría que darnos vergüenza ver cómo tras el aislamiento en
nuestras casas todo adquirió su aspecto verdadero, como podíamos contemplar las
aguas claras, los campos limpios y en las calles se veía retoñar la hierba
salvaje llenando cada pequeño hueco donde podían echar sus raíces dando un
aspecto más agradable.
Sin embargo, a medida que vamos pasando fases vamos comprobando como en
cada lugar se nota la mano destructible del hombre Los guantes y mascarillas
están campando a sus anchas por las calles, playas y allá donde el viento les lleva.
El mar vuelve a ahogarse con tanta basura, las alcantarillas se colapsan
con ellas y con las toallitas y no digamos de los contenedores vacíos y las bolsas
en las aceras.
Confieso que he pensado y muy seriamente, que todo lo que nos está
sucediendo es el pago que nos da la madre naturaleza.
María Sánchez.
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