Sigfrido/Especial para AD.- Según los postulados defendidos por los “apóstoles” del pensamiento oficial, el hecho de que tradicionalmente se haya condenado con mucha más contundencia moral la promiscuidad femenina que la masculina, obedece al resultado de la imposición de los valores “patriarcales” y “machistas”, por parte de los ilegítimos detentadores del poder tradicional. La asunción de estos valores patriarcale,s habría supuesto la cruel opresión de un sexo (el femenino) a manos de otro (el masculino).
Nos referiremos sobre todo al análisis de la deriva biológico evolutiva experimentada por las distintas sociedades blancas u occidentales, puesto que nosotros formamos parte de las mismas, y porque además han sido estas sociedades las que han alcanzado un mayor grado de progreso material y espiritual a lo largo de la historia.
Desde una perspectiva biológica, el esfuerzo reproductivo-sexual de la mujer, la cual, cuando es fecundada por el varón, ha de pasar por un periodo de gestación de nueve meses hasta dar a luz a su hijo, así como los cambios hormonales y el desgaste energético que este proceso lleva aparejado, es mucho mayor que el del hombre, que puede “cubrir” a muchas hembras en un brevísimo lapso de tiempo, engendrando un número cuasi-ilimitado de hijos, incluso de manera simultánea, sin experimentar cambios somáticos o psicológicos. A consecuencia de esto, la mujer ha de ser mucho más selectiva a la hora de mantener relaciones sexuales, dado que tiene que intentar ser fecundada por alguien con buenos genes que le asegure una progenie de calidad y que a la vez, pueda ocuparse de ella y de su descendencia común.
Por tanto, debido a su propia naturaleza, la mujer siempre ha tenido, con las obvias excepciones que siempre confirman la regla, un mayor control de su sexualidad que el hombre, ya que toda relación sexual ajena a las relaciones estables, y muy especialmente al matrimonio, implicaba el “riesgo” de quedarse embarazada y de no poder hacerse cargo de su propia manutención y de la de su hijo. Incluso en la actualidad, cuando los métodos anti-conceptivos están tan extendidos y cuando hay una deliberada campaña ideológica auspiciada por feministas y demás ralea “progresista” para uniformizar también en los comportamientos sexuales a hombres y mujeres, esto sigue estando en vigor, pues siempre existe una mínima posibilidad de “fallo” y de ulterior embarazo tras una relación.
En el caso del animal, o incluso de las tribus más primitivas desde un punto de vista antropológico, la pulsión femenina hacia la selección de buenos genes masculinos, se satisface copulando con varios machos en el período de celo; los espermatozoides del macho más fuerte, serán los que fecunden a la hembra.
No obstante, en el caso del ser humano civilizado, esta técnica selectiva varía, dado nuestro grado superior evolutivo, y por ende, la mujer realmente selectiva tendrá que seleccionar con carácter previo al acto sexual, al macho con el cual se vaya a emparejar, para así poder estudiar con detenimiento no sólo sus cualidades físicas e intelectuales, sino también morales.
Mas, el hombre puede muy bien seleccionar a una mujer genéticamente apta por sus condiciones físicas, morales e intelectivas para ser su compañera, y a la vez copular con otras menos aptas, pues al fin y a la postre, serán ellas las que se tengan que hacer cargo de sus criaturas, y no ellos. Y es que una diferencia fundamental que ha habido desde siempre entre los hombres y las mujeres, es que éstas, por razones obvias, siempre introducían en su círculo familiar a los hijos habidos con cualquier hombre, cosa que, por el contrario, no sucedía en la mayor parte de las ocasiones con los hijos de los hombres habidos fuera del matrimonio.
Es por ello que, en general, la mujer tiene muchos más celos cuando su marido mantiene una relación afectiva no física con otra mujer que cuando simplemente mantiene una relación carnal con otra. No obstante, el hombre es casi incapaz de tolerar que su mujer pueda haberle sido sexalmente infiel con otro.
Esto sucede así, porque por muy promiscuo que pueda ser un hombre (un comportamiento nada ejemplar, por cierto, y muy pecaminoso) jamás podrá, por ostensibles motivos biológicos, hacer creer a su mujer que el hijo engendrado con otra es suyo, cosa que por el contrario sí puede hacer la mujer, cuando queda embarazada de otro hombre. En este supuesto, el marido tendrá que sostener con sus recursos a un hijo de otro.
Podríamos decir que la monogamia, y muy en especial la femenina, es una suerte de estrategia evolutiva, que se adscribiría a lo que los científicos anglosajones denominan como “K- Strategies”. Este tipo de estrategia evolutiva, contrapuesta a la “R- Strategy”, es la que se da sobre todo en los organismos más superiores y desarrollados. En ella prima la calidad sobre la cantidad, el establecimiento de células familiares sólidas y el cuidado de los hijos. “Sensu contrario”, en las llamadas “R”, predomina la cantidad, el “comunismo sexual”, y la ausencia de lazos familiares fuertes.
La primera estrategia, como pone de relieve el profesor John Philippe Rushton, se da sobre todo en la raza blanca y en la amarilla, siendo la segunda estrategia predominante en las razas amerindias, negroides y australoides. Sin embargo, nuestra sociedad actual, sumida en un periodo decadente crítico de Kali-Yuga o Ragnarok, está experimentando una suerte de degeneración y y de imitación de las conductas más primitivas. En el caso del sexo, esto es muy notable.
Por su propia configuración anatómica, los órganos genitales femeninos, y en especial, los óvulos contenidos en ellos, son mucho más difícilmente accesibles que los masculinos, lo cual denota también una clara función selectiva a la hora de “entregarse” a un macho para “procrear”. Es la hembra la que elige a quien habrá de acceder a los mismos. Por el contrario, en el caso masculino, la configuración externa y no interna de sus órganos, lo hace mucho menos selectivo a la hora de mantener relaciones sexuales, ya que es él quién “accede” a los órganos genitales femeninos.
Asimismo, no podemos pasar por alto uno de los factores que desde un punto de vista biológico influye más en los comportamientos sexuales: el hormonal. En el hombre, los índices de testosterona, una hormona eminentemente masculina, son muchísimo mayores que en las mujeres, en las que por el contrario, abundan hormonas esencialmente femeninas como son los estrógenos y la progesterona. Existe una relación directamente proporcional entre los índices demasiado altos de testosterona y la promiscuidad, de lo que obviamente se concluye que la promiscuidad es mucho más habitual en hombres que en mujeres.
Es necesario recordar que en el acto sexual la mujer ocupa una posición receptora o pasiva, siendo la del hombre activa, transmisora e “invasiva”. Esto, aunque sea de manera subconsciente y simbólica, supone una suerte de “sometimiento” de la “hembra” al “macho”. Cuando este “sometimiento” es llevado a cabo por su pareja “formal”, el acto no menoscaba la dignidad de la mujer y es mucho más placentero para ella, al ir acompañado por notorias muestras de afecto.
Sin embargo, cuando entre la mujer y el hombre no hay vínculo afectivo alguno o una vocación de estabilidad, el acto se convierte en algo degradante e incómodo para la mujer, por mucho que ella pueda disfrutar aparentemente. Es una realidad que un altísimo porcentaje de mujeres que tienen relaciones ocasionales con individuos a los que apenas acaban de conocer o con los que no los liga vínculo alguno, desarrolla una suerte de remordimiento o complejo de culpa. Este complejo de culpa no es hetero-inducido como nos han hecho creer hasta ahora los “progresistas”, sino naturalmente auto-inducido y de origen genético-evolutivo, al haber traicionado la mujer que lo practica a su íntima esencia femenina, indefectiblemente unida a su condición de potencial madre y al ejercicio de una sexualidad integral y no meramente utilitario-hedonista de carácter básicamente zoológico. Éste, junto con razones de índole biológico-hormonal, ya mencionadas antes, es el motivo último por el cual las mujeres, salvo en raras excepciones (hoy en día por desgracia cada vez más abundantes), son incapaces de disociar los conceptos de sexo y amor, manteniendo relaciones esporádicas con otras personas a las que apenas conocen de forma mucho menos frecuente que los hombres.
Sin embargo, el hombre disocia con mucha mayor facilidad los conceptos de amor y de sexo sobre todo a la hora de mantener relaciones esporádicas. En estos casos, tales relaciones además de ser pecaminosas por violar los preceptos bíblicos, serán sórdidas, al estar desprovistas de cualquier viso de afecto, aunque, el hombre no quedará “traumatizado”.
En el acto sexual, la mujer “se entrega plenamente al hombre”. De manera instintiva, la mujer disfruta siendo dominada por el hombre en el curso de esas relaciones. Me refiero, obviamente, a un dominio simbólico, resultante de la dicotomía “Activo” -“Pasiva” y no a un dominio de connotaciones sadomasoquistas y patológicas. Esta realidad llevó a la conocida feminista judía Andrea Dworkin a afirmar, que “toda penetración era una violación producto de la falocracia”, lo cual, pese a ser una afirmación producto de una mente patológica, puede tener su origen en lo que acabamos de exponer.
Un claro ejemplo de este simbolismo se pone de manifiesto en muchas de las expresiones malsonantes que habitualmente se emplean y que todos conocemos, cuando se habla de temas relacionados con el coito. Incluso aunque la intención y el contexto en el que se vierten no sea sexual, su significante y su significado último sí lo son, y aún de manera subconsciente la intención de “someter” al insultado, si bien de manera exclusivamente verbal, es manifiesta. Curiosamente, éstas o similares expresiones ya existían en las antiguas Grecia y Roma. Para que este acto sexual no haga perder su dignidad y autoestima a la mujer es necesario que el hombre con el que copule tenga una serie de cualidades físico-morales bien ostensibles. Lo que sería, en términos etológicos, el “macho alfa de manual”, homologable a los antiguos caballeros.
¿Qué es lo que sucede, sin embargo, cuando en una sociedad desnortada y decadente, que ha dado la espalda con la mayor desvergüenza a las prescripciones establecidas por Dios, las conductas afeminadas entre los hombres se multiplican, al ser artificialmente fomentadas por las políticas educativas, por los medios de desinformación e incluso por los componentes tóxicos de muchos alimentos, riquísimos en estrógenos, y a la vez, se banaliza el sexo? Pues que las mujeres mundanas y de moral relajada, por muy “liberadas” que se sientan, siguen con la idea del macho alfa en su “disco duro”, para así disfrutar más del sexo, y sobre todo, para cumplir su instintiva función reproductiva, pero al haber disminuido en gran cuantía el número de “machos alfa” en el sentido tradicional del término, a causa de lo que acabo de apuntar, se acaban entregando a tristes y patéticas caricaturas de machos alfa. ¿Y quiénes son esas caricaturas?: los macarras, los maltratadores, los individuos groseros y rayanos en la psicopatía, los inmigrantes tercermundistas
pertenecientes a “bandas”, etc, que las tratan como si fueran animales.
pertenecientes a “bandas”, etc, que las tratan como si fueran animales.
Por poner algunos ejemplos, podría decirse que el ideal de hombre o “macho alfa” para una espartana era un Dienekes o un rey Leónidas, para una antigua hebrea un rey David, para una española tradicional una suerte de Cid Campeador o de Conquistador, para una inglesa de los viejos tiempos un rey Arturo o un Richard The Lionheart, o para una norteamericana un individuo tipo Jim Bowie, uno de los héroes de El Álamo. Estos hombres no sólo destacaban por su gran inteligencia, valor, porte y fuerza física, sino también por su gran calidad moral. Sin embargo, ahora, el ideal de “macho alfa” ha pasado a ser el “malote” o el “stripper” de turno .
A todo esto ha conducido la tan cacareada “liberación” femenina, que no es tal. Les han lavado el cerebro a las mujeres, diciéndoles que serían más “libres” trabajando 9 horas en una oficina, en un despacho o en un supermercado, aguantando a unos compañeros o a un jefe desaprensivo, teniendo relaciones sexuales sin discriminación alguna, abortando, etc. Esto se llama sumisión voluntaria, y no libertad. Bien es verdad que tal sumisión voluntaria, en el fondo no es tan “voluntaria”, sino la sumisión propia de un “lemming” que se autodestruye de manera instintiva. El siniestro David Rockefeller, declaró hace unos años a un entrevistador que la entrada masiva de la mujer en el mercado laboral se había debido esencialmente a dos factores siniestros. El primero, facilitaba que la mitad de la población que hasta el momento no debía pagar impuestos tuviera que hacerlo. El segundo, fomentaba la creación de guarderías en las que los niños podrían empezar a ser educados en la ideología del Sistema desde una edad muy temprana.
El que a las mujeres promiscuas se las haya tachado tradicionalmente, en nuestras sociedades arias de “sucias”, de “cerdas” o de “guarras”, obedece también a causas naturales. Los antiguos helenos llamaban “cerdas” a estas mujeres porque las equiparaban al animal homónimo en su versión femenina, que no sólo se caracteriza por su suciedad, sino también por su furor sexual.
Debido a su propia configuración morfológica-sexual, al recibir la mujer fluidos ajenos durante el acto sexual, no sólo puede ser contagiada con mayor facilidad que el hombre de distintas enfermedades de transmisión sexual, sino que también puede ser contagiada con otros patógenos que podrían dañar sus órganos sexuales y su capacidad reproductiva.
Una mujer que almacena en su útero semen de muchos hombres diferentes con los que no les liga un especial afecto, que, como todo fluido, puede contener energías muy negativas, atendiendo a la personalidad de los distintos sujetos, no es sólo tachada de sucia por motivos “fisiológicos”, sino también morales, porque instintivamente, los miembros femeninos de la sociedad que sí viven en armonía con su propia naturaleza femenino-maternal, se dan cuenta de que el orden social natural es truncado por estas mujeres, que incluso resultan más peligrosas que las prostitutas, puesto que, en cierto modo, se “camuflan” entre las demás al no dedicarse de manera abierta y exclusiva a vender su cuerpo. Esto también es visto como una amenaza por los hombres que buscan a una madre para sus futuros hijos, al sentirse engañados y manipulados por éstas.
No pasamos tampoco por alto el curioso fenómeno biológico del micro-quimerismo, consistente en que el material genético del varón existente en su semen, puede pasar a formar parte del material genético de la mujer en el momento en que el fluido entra en su útero. Este curioso fenómeno, que ha sido acreditado en distintas investigaciones científicas, explicaría el hecho de que es habitual que una mujer muy promiscua, además de poder sufrir enfermedades venéreas, puede sufrir enfermedades de naturaleza no venérea que haya sufrido o vaya a sufrir uno de sus amantes. También explicaría el hecho de que buena parte de las mujeres con estos hábitos promiscuos, tienen comportamientos más masculinos que la media femenina.
Resulta bochornoso ver cómo las llamadas “feministas liberadas” preconizan la práctica de conductas sexuales de lo más degradantes y humillantes para las mujeres, como son las de jalear y dejarse manosear por esas caricaturas de machos alfa que son los “boys” de las despedidas de soltera, entregarse totalmente al primer macarra con el que les apetece “desahogarse” y “darse una alegría”, o las de ir a Cuba, al Senegal y a la “Reputa dominicana” para hacer turismo sexual y mantener así sórdidas relaciones íntimas con primitivos autóctonos de esos lares. ¿Estos comportamientos les parecen más “dignos” y “libres” que la actitud vital de una Hipatia (a la que supuestamente admiran), egregia científica helena de la Antigüedad, que además de ser una mente sobresaliente, vivía una vida sobria y casta, “señoras” feministas? “Enhorabuena”, “señoras” feministas y adláteres: están ustedes consiguiendo animalizar y degradar a las mujeres hasta límites insospechados.
También desde una perspectiva genética, las mujeres promiscuas dañan a nuestra comunidad, puesto que al reproducirse están transmitiendo sus genes anómalos desde un punto de vista bio-evolutivo a futuras generaciones de mujeres. ¿Y por qué esto es nocivo? Muy sencillo; al no ser selectivas estas hembras, y por lo tanto mucho menos inteligentes, y mucho menos exigentes con las cualidades físicas y psíquicas de los machos con los que procederán a emparejarse, copularán con machos portadores de distintas taras comportamentales; por lo tanto, su descendencia será de menor calidad psicobiológica y moral, pues a las taras de esos machos se sumarán las de estas hembras “menos selectivas”. Es lo que en biología antropológica se conoce como disgenesia; a esta disgenesia, además, contribuyen los métodos anticonceptivos, dado que la existencia de los mismos, unida a una relajación de costumbres inherente a un “Zeitgeist” como el actual, contribuye a que muchas mujeres (incluso aquellas que si no hubieran estado sometidas a los deletéreos efectos de la propaganda oficial , jamás hubieran mantenido relaciones sexuales no estables) mantengan relaciones sexuales “casuales” con hombres nada recomendables desde una perspectiva antropológica o ético-moral , que no han pasado por un proceso de selección previo, al no tener el temor de quedarse embarazadas , o que incluso lleguen a establecer relaciones afectivas estables con tales individuos.
En una sociedad donde los criterios selectivos fueran realmente estrictos, como sucedía en la antigua Esparta, o en la antigua Germania, sería muy difícil que las personas cobardes, desaprensivas, egoístas y con tendencias psicopáticas , puedan llegar a reproducirse o a acceder al matrimonio. Sin embargo, en sociedades alienadas y totalmente “aborregadas” como las actuales, donde “todo vale” y el relativismo moral impera, los comportamientos sexuales han involucionado, en gran medida, a una fase puramente zoológica, lo que facilita que toda suerte de anormales y degenerados procreen y se reproduzcan como cucarachas.
Particularmente, creo que es aconsejable que las conductas sanas en general, atinentes a los distintos aspectos de la existencia, sean promocionadas, para así, en la medida de lo posible, tratar de mejorar la sociedad. En esto no difiero en nada de las tesis sostenidas por los egregios pensadores de la Antigüedad europea , como Platón, o por otros grandes pensadores contemporáneos de renombre y que se han ocupado del tema de la decadencia, como son Spengler y Ortega, o el mismo Marañón, entre otros. No se trata de obligar a nadie a seguir determinadas pautas de conducta, sino de educar a los individuos y de mostrarles cuáles son las conductas más positivas tanto para ellos como para su Comunidad, pues, al fin y a la postre, la revalorización de una sexualidad responsable, contribuye a la mayor Libertad y estabilidad emocional de las personas; por el contrario, series del tipo “Sexo en Nueva York”, algunos de los manuales sobre “Educación para la ciudadanía” y demás instrumentos utilizados por el Sistema, no generan más que esclavos de los más bajos instintos, hedonistas y desequilibrados mentales en busca de un psicoterapeuta, así como auténticos degenerados.
Es más, la trivialización del sexo como algo meramente fútil y “divertido, perjudica especialmente a las mujeres, porque muchos hombres, en lugar de ver en ellas a personas con las cuales poder establecer una relación de verdadera amistad o de noviazgo responsable, las ven como simples objetos de deseo sexual, o en el caso de establecerse una relación de afecto estable, como una simple fuente de placer, a la que chantajear emocionalmente (en especial en el caso de las adolescentes), en el supuesto de que la mujer aún no se considere preparada para mantener relaciones sexuales; y es que la ideología progre es liberticida en su más íntima esencia.
Ni mucho menos abogo por la reimplantación de la “letra escarlata”, denunciada por Nathaniel Hawthorne en su magnífica y homónima novela, o de rescatar una suerte de mentalidad “siciliana”, a pesar de que las causas últimas a las que obedecían estas mentalidades también tenían una clara explicación genético-evolutiva. Y no soy en absoluto partidario de este tipo de mentalidades, por los inevitables e intolerables problemas de injusticia, linchamiento y doblez moral en que tales usos incurrirían.
Los países islámicos, que podrían ser considerados como “patriarcados-aberración” o “pseudo-patriarcados”, se caracterizan precisamente por este tipo de costumbres hipócritas, represivas y brutales para con la mujer. Es un denominador común al ethos telúrico-matriarcal semita, a partir del momento en el que para crear una sociedad fuerte tiene que transformarse en pseudo-patriarcado (lo mismo ocurre con los judíos actuales).
Si según el pensamiento dominante, aplicado a raja tabla por la policía del pensamiento, todos, independientemente de nuestra inteligencia, raza, sexo, etc., somos iguales, en el sentido de que no hay diferencia genética alguna entre nosotros, es lógico que la promiscuidad femenina sea considerado como algo tan válido como la monogamia, pues, según los relativistas, estaríamos hablando de simples “opciones”.
La trivialización del sexo de la que se está haciendo gala en la actualidad, despersonalizando las relaciones sexuales y considerando al “sexo por el sexo” como algo intrínsecamente “maravilloso” y “recomendable” , sin tener en cuenta a los componentes afectivo-personales que se dan en las relaciones sexuales ordenadas conforme a las leyes de Dios, puede tener consecuencias tan perniciosas como la relativización de algo tan grave como es la violación.
Expondré mis argumentos.
En el artículo 179 de nuestro código penal, la violación está castigada con una pena superior incluso a la del secuestro, lo cual es muy lógico para los que somos encasillados como “tradicionalistas”. Asimismo, el artículo 180 contiene una serie de supuestos agravados. Tradicionalmente, este delito había sido muy castigado porque se entendía que el bien jurídico protegido era “la dignidad de la mujer”, o la “honorabilidad” de la misma, al haber sido su cuerpo “defiled”, tal y como diría Robert Scruton en su excelente análisis acerca del tema. Sin embargo, actualmente, se dice que con la sanción de este delito, el bien jurídico protegido es otro; a saber, la “libertad sexual de la mujer”.
Pues bien, si esto es así y si, además, la propaganda de los medios oficiales insiste en la banalización de las relaciones sexuales, ¿qué sentido tiene, siendo coherente con esta óptica progre, castigar el delito de violación, con una pena superior a la de un simple delito de detención ilegal, a la de un delito de coacciones, o en su caso, de lesiones?
Según la lógica actual, lo normal sería castigar la violación, como una especie de un delito de coacciones, puesto que no hay que olvidar que el bien jurídico protegido con la sanción de las coacciones es la libertad individual. ¿Por qué reviste entonces un plus de antijuridicidad un ataque a la libertad sexual que el que reviste un ataque a la libertad de autodeterminación individual?
No olvidemos tampoco que un simple delito de lesiones puede tener secuelas físicas mucho más graves que las secuelas propiamente físicas que deja una violación, siempre que la violencia empleada en la misma no sea desmedida. ¿Qué sentido tiene entonces castigar con mayor pena un delito que atenta contra la libertad sexual que un delito que atenta contra la integridad corporal?
Los penalistas han justificado el hecho de que ahora, con la sanción de la violación, se proteja el “bien jurídico de la libertad sexual” en vez del de la “honra o dignidad de la mujer”, con la peregrina excusa de que en tal conducta el indigno es el violador.
Es obvio que el violador es un ser indigno y despreciable, pero la argumentación aludida es muy floja. Me gustaría recordar a estos señores que el Título XI del Código penal recibe la denominación de “Delitos contra el honor” y que en él se castigan las conductas delictivas constitutivas de calumnia e injuria. En las mismas se entiende que el bien jurídico protegido es el honor y la dignidad de las personas. Pues bien, la misma argumentación vale en este caso. El impresentable es el que injuria o difama, pero sin embargo, jurídicamente se entiende que se está protegiendo el honor de los sujetos pasivos de tales conductas. ¿No sería también lógico que en el caso de la violación, se protegiera la dignidad de la mujer? Si decimos que con la sanción de la violación se está protegiendo exclusivamente la libertad sexual de la mujer, estamos rebajando la anti-juridicidad de la conducta del violador, y homologándola a la anti-juridicidad que puede revestir un simple delito de coacciones, o en su caso de detención ilegal, o incluso de lesiones. Por lo tanto, hay que tener sumo cuidado con tratar estos temas tan a la ligera. La lógica “progre” implica, si se es coherente con ella, equiparar la violación a un simple delito de coacciones, lo cual es una barbaridad.
En las sociedades tradicionales europeas se daba una gran importancia al delito de violación,precisamente por todo lo que hemos comentado más arriba. Porque la sexualidad de la mujer no puede ser algo accesible a cualquiera. Obras como “El Alcalde de Zalamea” son una buena muestra de lo que digo; comparar, por cierto, el tradicional concepto de “honor calderoniano” con los “crímenes de honor “habituales en las sociedades asiático-afro musulmanas, donde en lugar de matar al violador, se mata a la mujer víctima de tan horrendo delito no deja de ser un disparate. El mismísimo rey Hussein de Jordania, uno de los escasos líderes decentes que ha habido por aquellos pagos, contaba como tenía que mandar encarcelar a las víctimas de violaciones por su propia seguridad, para que así sus familiares no pudieran asesinarlas. En España y en el resto de occidente, por el contrario, a quién se liquidaba era al violador.
A todas luces, es más que evidente que una violación produce en la mujer víctima de la misma una suerte de traumas permanentes muy difíciles de olvidar. Y esto se debe a que el delito de violación es algo mucho más grave que un simple delito contra la libertad sexual.
Y como aquí los ejemplos también son muy gráficos, hablemos de un caso a la inversa. Todo el mundo recordará aquellos fragmentos del “ Libro de buen Amor “, donde el Arcipreste de Hita relata de manera jocosa y desenfadada cómo las hombrunas serranas cobraban “en especie” a los viajeros para ayudarlos a cruzar los pasos montañosos. El arcipreste, de manera muy explícita, alude a las violaciones de las que él, y otros viajeros, habrían sido víctimas. Y lo hace como quien cuenta cualquier otra anécdota divertida… También el gran escritor Pérez Reverte, en su libro “Territorio comanche”, cuenta de manera socarrona como un compañero reportero bien parecido estuvo a punto de ser violado por unas presas cuando éste hacía un reportaje sobre las cárceles para mujeres en España.
¿Alguien se imagina a una mujer en sus cabales relatando de manera alegre cómo ha sido violada por un individuo desconocido, o cómo han estado a punto de violarla varios hombres? No, ¿verdad? Otra de las consecuencias de las diferencias bio-psíquicas, entre hombres y mujeres.
Otro de los factores que sin duda está estrechamente vinculado con el fomento de la promiscuidad femenina en nuestra sociedad, y en la consiguiente cosificación de la mujer, es la promoción indisimulada de la pornografía, y de otras prácticas y filias anormales semejantes, que incluso en no pocos supuestos, se disfrazan con la denominación de “educación sexual”.
La pornografía, que en alguna ocasión sí ha sido denunciada por alguna feminista con un mínimo de sentido común, supone la absoluta animalización de las conductas sexuales, y, asimismo, la objetización de la mujer, quien pasa a ser considerada como un mero artículo de uso, consumo y disfrute desechable. En las “películas” porno, se degrada a la mujer de una manera ostensible, y ésta desempeña un papel, que después acaba interiorizando, de mera servidora de las pasiones más bajas de la caricatura grotesca de macho alfa que se la “beneficia”.
Lo pernicioso de esto, es que no sólo las películas y revistas pornográficas toman como modelo estas conductas, sino que después, también las revistas para adolescentes fomentan este tipo de aberraciones, a la vez que, de manera paradójica, hacen apología del feminismo.
Y es que, aunque pueda parecer lo contrario, el feminismo, las ideologías libertino-sexuales y la pornografía, son compañeras de viaje. Son ideologías y pautas de conducta únicamente guiadas por el materialismo y el hedonismo, desprovistas de cualquier tipo de espiritualidad o de valor positivo. Pero paradójicamente, y contra lo que cree la mayoría de la gente, es la Cosmovisión tradicional Occidental la gran garante de la dignidad y de la libertad de la mujer, pues es ella la que está estrechamente vinculada con la estrategia evolutiva que la raza blanca comenzó a desarrollar hace miles de años. Está claro que al igual que sucede con las ideologías “de género”, o “de liberación sexual”, detrás de la pornografía y del fomento de la promiscuidad, que como decimos son prácticas sólo aparentemente incompatibles con las anteriores, se mueve una mano negra, cuya finalidad esencial es la de destruir a la sociedad occidental. Convirtiendo a los individuos en borregos y en esclavos de sus más bajas pasiones, el dominio de los mismos es mucho más sencillo. Si a ello le sumamos el fomento continuo que de la inmigración se hace, para así anular la identidad de los distintos pueblos europeos y producir una auténtica sustitución demográfica, con la que también conseguir una sociedad más maleable, el plan de destrucción de la raza blanca resulta perfecto.
La mejor manera de destruir a Occidente, además de introducir a millones de alógenos y de crear una sociedad atomizada e insolidaria, es la de impedir que los blancos se reproduzcan. ¿Y cómo se consigue esto, además de con las políticas “igualitaristas”, “feministas” y mercantilistas? Destruyendo la dignidad de las mujeres europeas, induciéndolas a mantener prácticas sexuales promiscuas.
Una magnífica conjunción de lo aquí digo se da también en las películas pornográficas: Suele ser mucho más habitual que aparezcan escenas de negroides o de individuos de otras razas de color, sometiendo a mujeres blancas sexualmente que el caso inverso; esto es, el de ver a blancos hacer lo propio con no blancas.
Añadiendo a esto el fomento del turismo sexual femenino a países tercermundistas como el Caribe, Gambia, el Senegal o Kenya, el fomento de las parejas interraciales en la misma Europa, donde habitualmente la hembra es blanca, y otro tipo de conductas análogas, que además de contribuir al cambio demográfico europeo, se caracterizan por las prácticas sexuales “sucias” para la mujer, nos encontramos con que la situación de la mujer es crítica.
También se ha acreditado a través de diferentes estudios realizados en universidades norteamericanas, que existe una relación directamente proporcional entre el consumo de pornografía y el aumento de violaciones, algo que por lo visto, ni “progres” ni neoliberales quieren reconocer.
En la Roma decadente se dieron, al igual que en el actual Occidente, una conjunción de conductas negativas muy bien compiladas por el doctor Gustav Sichelschmidt en su libro “Wie im alten Rom”, o por autores de la época como Juvenal, Cicerón, Séneca y Marcial, entre otros: estas conductas consistían en la homosexualidad, la promiscuidad femenina, la llegada de miles de extranjeros de Egipto, Oriente Medio, y Abisinia, la decadencia en las artes, la gula, el aumento del crimen, de la depravación sexual, etc. Roma, cayó, pero afortunadamente, los germanos, pueblos indoeuropeos emparentados por tanto con los romanos primigenios, recogieron el testigo del legado más positivo de Roma y el Imperio romano, que transmutado en Sacro-Imperio romano germánico revivió y duró hasta el siglo XX. La situación actual es mucho más crítica, pues sin Europa y EE .UU., esa tragedia significará la muerte del hombre blanco, y por lo tanto, de la civilización y de la libertad en el mundo.
Cuestión aparte es la glorificación de las antiguas sociedades matriarcales pre-indoeuropeas que los distintos grupos feministas y progresistas hacen. Sociedades estas “perfectas” y “paradisíacas” que habrían sido erradicadas por los “patriarcales”, “belicistas” y “machistas” indoeuropeos.
Al margen de las tergiversaciones y superficiales aseveraciones que sobre estas sociedades matriarcales se han hecho y se siguen haciendo, olvidan estos individuos realidades como que aquellas sociedades “paradisíacas” eran sociedades “termiteras” y colectivistas, muy poco evolucionadas, donde los sacrificios humanos eran bastante frecuentes. Fueron precisamente los patriarcales indoeuropeos los que dieron una significación plena a conceptos como el de “persona” o el de “libertad”. En cuanto al trato que dispensaban a sus mujeres, no hay más que leer la Ilíada o la Odisea , para observar la fuerza de personajes como el de Penélope o el de Andrómaca. Mujeres éstas que destacaban por su personalidad, por su inteligencia, por su “areté” o virtud y por su “sophrosine” o templanza. ¿Y qué decir de la apasionada y fiel Gudrun, que llora amargamente y posteriormente venga a su esposo asesinado, el héroe Sigfrido , en “El Cantar de los Nibelungos”?
¿No son acaso estas mujeres un arquetipo o un modelo a seguir mucho más positivo para las mujeres europeas actuales, que las histéricas disfuncionales e insatisfechas de “Sexo en Nueva York”?
Este escrito aboga por reafirmar la dignidad y la libertad de la mujer, algo consustancial a nuestra tradición europea y cristiana. Son las culturas tercermundistas represoras e hipócritas (no olvidemos que en esos países tan aparentemente pacatos, las violaciones en grupo o la prostitución e incluso venta de la propia esposa son frecuentes) y los hedonistas materialistas progre-liberales los principales enemigos de la mujer.
Tampoco otorgo al hombre por tener tal condición, una suerte de “privilegio”. Tradicionalmente, y aún ahora, en las situaciones de riesgo como incendios, naufragios, asaltos, etcétera, se ha exigido al hombre el deber de obrar con mucho más arrojo y valor que a las mujeres y de subordinar incluso su propia vida y seguridad a la de niños y mujeres, al ser estos más débiles. Yo comparto esta opinión, puesto que la simple lógica biológica, además de la moral, la avala. Así que, el hecho de exigirse social y consuetudinariamente un mayor rigor en sus conductas sexuales a la mujer, se compensa con el mayor grado de sacrificio, incluso con riesgo para su propia vida, que se exige al varón.
Una vez más, las inexorables leyes de la naturaleza muestran su sabiduría y su sentido de la equidad.
Queda pues, de manifiesto, que somos nosotros, los cristiano-identitarios, y no los autodenominados “progresistas”, quienes realmente defendemos la dignidad y la libertad de la Mujer .
Y voy a culminar este escrito transcribiendo una cita del Linga Purana hindú, referida a una de las características del Kali-Yuga: “Muchas serán las mujeres que tendrán relaciones con varios hombres” (Linga Purana, Capítulo 40).
http://www.alertadigital.com/2016/08/26/la-promiscuidad-femenina-desde-una-perspectiva-socio-biologica-un-factor-destructor-de-occidente/
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