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martes, 21 de abril de 2015

Evocando a Lolita Pluma, libertad y extravagancia








Cada pueblo, ciudad o barrio tiene un personaje que llama la atención por su forma de vestir, de actuar; por su carisma, por el amor que desprende o sabe Dios por qué. La sociedad lo hace suyo y se acabó el debate. No hay más. Lo queremos y ningún argumento con más fortaleza que ese. Entre ellos hay uno, Lolita Pluma, que éste mes cumpliría los 101 años y a quien hoy me apetece recordar en la seguridad de que para las nuevas generaciones es una gran desconocida. Y es lógico; el tiempo ha ido sepultando su memoria. Una escultura en el parque Santa Catalina de su alma la recuerda, es cierto, pero su figura, sus idas venidas, sus miles de historias, se han ido alejando de la sociedad, diluyendo. Y es que cuando nadie te recuerda pasa eso, que todos te olvidan.
Hace poco un amigo me envió la foto que ilustra el texto y ahí la tienen a lomos de un caballo blanco de feria. Imagen entrañable. Ingenua, feliz, coqueta y joven. Lolita Pluma en estado puro. Esa foto es la que ha motivado el texto que hoy le dedico a uno de los personajes más queridos y populares de nuestra ciudad, una figura urbana de cuando el parque Santa Catalina era aquel parque, el escritor Orlando Hernández escribió su vida y Lolita se paseaba vendiendo caramelos, cigarrillos sueltos, chicles o flores de papel o postales siempre seguida o acompañada en su venta ambulante por una hilera de gatos. Cuando vivíamos en otra ciudad, menos moderna, atada al pasado. Esos son los recuerdos que guardo de Lolita Pluma a la que conocí brevemente y cuando ya su vida caminaba por la pendiente a la que le condujo su enfermedad mental.
Nuestra mujer nació en La Isleta el 4 de marzo de 1904. Se llamaba realmente María Dolores Rivero Hernández, “Lolita Pluma”. Nació el mismo año en el que nacieron personajes tan célebres como Gary Grant, Glenn Miller, el militar, Joan Crawford, Bing Crosby, Salvador Dalí, el “Tarzan” del cine Johnny Weismüller, Pablo Neruda,  Graham Green y tantas otras celebridades pero no cometeremos el error de compararla con nadie. Cada cosa en su cosa. Ella era, con sus virtudes y carencias, Lolita y punto. Todas esas figuras tuvieron un buen vivir, nuestra “Lolita Pluma”, no. Ni mucho menos. Su vida transcurrió en la isla de Gran Canaria. Dolores vino al mundo en Las Palmas de Gran Canaria (La Isleta). Sus padres eran y vivían en Arucas. Muy poco se supo nunca de su niñez pero cuentan que Dolores/Lolita conoció el parque Santa Catalina siendo una niña por medio de su abuela quien la llevaba a la zona cuando venía a la capital. Al parecer el apodo de “Pluma” lo heredó de su padre y de su abuelo. Los llamaban así, dicen, porque era de los pocos que en la Arucas de entonces sabía escribir con pluma.  Lolita se casó pero le fue mal y poco tiempo después se separaría. No se sabe si fue a raíz de ese matrimonio y su descontrol, lo cierto es que acabó con problemas psíquicos. A nadie se le ocultó nunca que “Lolita Pluma” tenía problemas mentales que se le fueron agravando con los años, más su incapacidad para ordenar su vida, sin cabeza y sin medios.
Algunas crónicas cuentan que tal vez fue evocando su niñez y sus paseos de la mano de su abuela por lo que se vino al parque Santa Catalina recién separada de su marido. A partir de ahí se dedicó a vender flores de papel, chicles y más postales a los turistas para ganarse unas perrillas. Lo cierto es que la gente la bautizó como “Lolita Pluma” convirtiéndose rápidamente en un personaje muy querido y popular, una popularidad que ganó ella sola, a pulso, día a día y en una época en la que no existían televisiones pero como comprobarán no le hizo falta para alcanzar la fama doméstica, pero fama al fin. Su escuela fue la calle y así aprendió su lenguaje callejero con todas sus consecuencias. Muchos no se atrevían a llamarle la atención o comentarle nada que la contrariase para no escuchar una ristra de insultos en lo que sí era una alumna aventajada de la calle. Nunca se separaba de su vieja caja de cartón siempre repleta de chicles Adam’s de sabores. Los gatos abandonados la adoraban ya que los alimentaba y mantenía charla con ellos.
Su guardarropía y maquillaje, a base de colores chillones y estridentes, eran su santo y seña. Cada día iba al parque Santa Catalina o aledaños, siempre pintada en exceso y vestida de forma estrafalaria. Su imagen dando de comer a un ramillete de gatos callejeros ocupó páginas de los periódicos locales y extranjeros. “Lady cats” la llegó a bautizar un diario inglés. Lo cierto es que poco a poco Lolita se fue ganando el cariño y el respeto de la gente convirtiéndose muy pronto en una atracción por sí misma. Inspiraba ternura y todos la querían salvo los niños que se asustaban con su aspecto y se escondían detrás de los pantalones de sus padres cuando ella se les acercaba. No porque fuese mala con ellos, no, al contrario, era muy cariñosa, pero los niños se asustaban al ver su rostro marcado por mil arrugas y maquillado por mil colores.
El misterio envolvía su figura; una figura que no podía pasar desapercibida. “Lolita Pluma” representó, sin ella quererlo, un arte callejero convirtiéndose en exponente del surrealismo y del esperpento. Cuando la época exigía vestir de forma “impecable” ella vestía de forma estrafalaria y extravagante, con el pelo lleno de cintas de colores, su cara pintada en con todo tipo de colores, su boca y mejillas siempre con carmín rojo chillón y sus ojos trazados con largas rayas. Cuando sonreía no mostraba una sonrisa brillante y luminosa, sino unas encías sonrosadas sin diente alguno. Su decrepitud y humanidad eran sus firmas de identidad en una época franquista de censuras y represiones. “Lolita Pluma” fue un símbolo de la libertad, de su propia libertad. Era una mezcla de libertad, decadencia y humanidad. Vivió un momento en que era imposible ser diferente. Rompía todas las normas estéticas y mostraba, orgullosa, sus múltiples arrugas dicen que dibujadas por el dolor y la pena. Inseparable del Parque Santa Catalina o “Catalina Park”, como se denominó a la plaza durante los años 50 coincidiendo con el boom del turismo, siempre andaba acompañada de sus verdaderos amigos en las originarias terrazas del Derby y el Rio y dejándose fotografiar por los turistas que la inmortalizaron por todo el mundo trascendiendo, de esta forma, el ámbito local de su “fama” y alcanzando conocimiento y atracción a nivel internacional.
Muchísimos turistas disfrutaban haciéndose una foto al lado de “Lolita Pluma”. Su imagen viajó de un extremo a otro de Europa y hoy sus fotos reposan en miles de álbumes familiares guardados en algún trastero en países tan lejanos como Oslo, Londres, Amsterdan, Estocolmo y otros mucho más. Miles de fotografías con la imagen de su rostro lujosamente pintado, su pelo sujeto con cintas de miles de colores y con los gatos que la acompañaban permanentemente. “Lolita Pluma” fue una figura que concentraba todas las miradas y provocaba todo tipo de los comentarios. “Lolita Pluma” murió el 21 de febrero de 1987 en el Hospital Insular de Gran Canaria. Tras su muerte, como si el final de una obra de teatro se tratara, la alegría y la vida del parque se apagó por unos días que nada impida que siga él espectáculo. En su amado Parque de Sta. Catalina hay una escultura de ella con sus gatos que la recuerda y la mantiene en el tiempo.
http://www.marisolayala.com/

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