Los pasillos del silencio estremecedor de nuestros miedos. Esos amigos íntimos que nos avisan de supuestas malas noticias que aturden a un desolado y triste corazón. El miedo a la muerte, a lo desconocido, a lo nuevo… siempre el miedo que lo domina todo, que lo paraliza todo, que lo frustra todo. Siempre el miedo, el sigiloso miedo, el excusante miedo que todo lo justifica.
Esteban Rodríguez García
Estamos ya en navidad. Posiblemente las fechas más importantes del año. Seas creyente o no, los próximos 20 días no pasarán inadvertidos. Desde niño nos enseñaron que en esta temporada llegan turrones, peladillas y polvorones. Las reuniones familiares, las celebraciones en los colegios, en las empresas. Las visitas a los centros sociales, la luz y el colorido nocturnos en las calles. Los villancicos, los regalos, los saludas desaforados, las felicitaciones imposibles y la alegría desbordante. Pero también los recuerdos del hijo, el padre, la madre, la abuela que ya no se sienta en la mesa por noche buena.
Buscamos y encontramos los mayores contrastes emocionales en la navidad. Reímos y lloramos, nos sensibilizamos con los que sufren, con los que se encuentran debatiéndose entre la vida y la muerte en un hospital. Con los que están encerrados privados de libertad. Por los que se sienten maltratos y humillados en medio de la insensible multitud. Los castigados por el hambre, por la guerra o la miseria que abunda en el planeta. Pero explotaríamos sin nos llenamos de tanta desgracia.
Experimentemos la presencia del ser que hay en nuestro interior, caminemos en busca de la luz, recorramos nuestros pasillos escuchando los silencios de nuestro corazón. Vamos a convertir, a transformar los pasillos del silencio en parques para los juegos, para los sueños posibles, para el amor y para la paz. Vamos a convertir, a transformar esos pasillos oscuros en lugares de encuentros para la vida, para el reconocimiento, para la confianza y la ilusión.
Seamos sinceros. Identifiquemos la verdad del alma. Desnudémonos y humillémonos ante ella. Besemos la tierra que pisamos desde nuestra íntima realidad para afrontar la vida desde un limpio y renovado espíritu que nos guíe por el auténtico sendero del amor, respetando la naturaleza de la que somos una ínfima parte en la maravillosa grandeza del universo.
Feliz Navidad bellas almas.
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