Escucho a una mujer de 92 años cuya única preocupación es trasladar a una de sus hijas la responsabilidad que heredó de sus padres. Una responsabilidad que supone nada más y nada menos que llevar flores a la tumba de un amigo de la familia, al parecer un héroe para sus padres. La mujer contaba que cuando asumió la responsabilidad paterna superaba los cincuenta años y que lo hizo porque sus padres ya tenían una edad avanzada. De manera que la nonagenaria se mostraba contenta porque, al fin, una de sus hijas le ha dicho “sí”, es decir, que estará yendo y viviendo al cementerio mes a mes y días señalados sin saber ni quien es el muerto, ni qué relación real tenía el héroe con sus abuelos o con sus padres, pero aún así irá camino del camposanto para cumplimentar lo que llamamos una responsabilidad heredada. Escuchando a la mujer recordé que siendo curioso su caso hay varios tipos de responsabilidades afectivas que vamos heredando sin que en ningún momento seamos capaces de romper el invisible hilo umbilical del compromiso. Creo que todos tenemos alguien a quien sin saber bien por qué razones tratamos de amparar. Las leyes sentimentales dicen que se han hecho para siempre y no hay más. Ni se cuestiona.
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