Allá por los años 60, más o menos, conocí a Jeromita, la panadera.
Era pequeña la que escribe, pero nunca he podido olvidad su figura, su forma de hablar, con ese dejillo
propio de las mujeres de nuestros pueblos, concretamente de la Villa de Ingenio, y que la distinguía
de las de otros lugares; bajaba varias veces a la semana caminando con su cesta,
encima de la cabeza, y se ponía debajo de la cabeza un pañuelo enrollado para amortiguar el peso.
Y así cada vez que la veía me llamaba la atención, como niña que era yo, y además muy observadora.
También la acompañaba una de sus hijas, pues tenía dos, y le ayudaban a la venta y a descargar la cesta de mimbre
llena del rico pan de matalauva, o anís, tortas dulces, y otras veces traía, según la época, en verano, vendía higos, tunos y brevas.
Iba por las calles de El Carrizal y hacía sus paradas en diferentes lugares, hasta que vendía toda su mercancía.
Jeromita era una señora delgada y con un moño recogido y cubría su cabeza con un pañuelo,
amarrado hacia atrás de forma que no le diera el sol, pues las mujeres antiguamente se cuidaban
mucho de los rayos del sol para no estropearse la piel, y sin usar ninguna crema, mantenían sus caras
blancas y relucientes, y esos colores sonrosados en sus mejillas, les daban un aire de mujeres sanas y fuertes,
que luchaban como podían para sacar a sus hijos adelante. Una de sus hijas no era muy normal, según decía la
gente que la conocía, se le notaba algo y decían que a su hija "no le llegaba el agua al tajo", expresión canaria que quería
decir que la niña tenía un problema de tipo cerebral y, aunque sus facciones y su cuerpo pareciesen normales, su cerebro le
funcionaba como si fuese una niña. Siempre recuerdo que se reía mucho y se llamaba Carmen. Su madre nunca la dejaba sola,
la traía siempre con ella y, otras veces, venían las dos hijas. La otra era mayor y no recuerdo su nombre. Las dos tenían la piel
muy blanca y sonrosada, como su madre. Nunca llegamos a ver a su marido, ni se sabía nada de él, seguramente él era quien
trabajaba en la panadería y en las tierras, para que su mujer Jeromita pudiera venir a vender por todo el pueblo,
desde allá arriba en el Ingenio de Gran Canaria, hasta el Carrizal, mi pueblo de hoy en día. El Carrizal tiene hoy en día
los mismos habitantes que la parte alta de Ingenio. Hay una famosa canción de la cantante Mary Sánchez y Los Bandamas,
que decía el chiquito Carrizal...
Hoy en día en pleno siglo XXI, año 2021, no sé si vive la panadera Jeromita e hijas, pero sus descendientes, deberían imitarla,
deberían coger ejemplo de ella, pues era muy trabajadora, eran tiempos difíciles, en los cuales costaba mucho trabajo ganar el dinero y sobrevivir.
Como ella han habido muchas mujeres y hombres, como nuestros padres y abuelos que las pasaron difícil, pero nunca se echaron
atrás, sino siempre adelante, y que han aportado tanto para que hoy en día nosotros estemos mejor, o sabe Dios, si estamos retrocediendo
con tanto progreso, y deberíamos volver la mirada y darnos cuenta, sobre todo los que están gobernando, que nuestros antepasados
cuidaban la tierra, cultivándola con el agua de lluvia, la mimaban, y la Madre tierra agradecida, daba sus frutos y esas pequeñas cosechas familiares.
Siempre recordaré a doña Jeromita, y aunque haya pasado el tiempo para mí, fue un ejemplo de admiración y respeto, por eso vaya mi más sincero homenaje para ella
y todas las que en silencio, sin protagonismo, forman parte de la historia de nuestros pueblos y de nuestra tierra canaria.
Ah, se me olvidaba, también vendía bizcocho y, a veces, nos regalaba a las niñas que la mirábamos y nos daba algún panecillo de los pequeños
si le ayudábamos a llevar pan a las vecinas.
Atentamente le saluda
ANTONIA PEREZ VIERA
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