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jueves, 20 de agosto de 2020

EL ESTRÉS DE LAS ABUELAS CUIDADORAS

 

Mary Almenara.

 Dirijo este artículo a las abuelas ya que, mayoritariamente, son ellas las que dedican más horas al cuidado de los nietos.

Sabemos que las madres están siempre dispuestas para ayudar a los hijos, que parecen no estar capacitadas para negarse a cualquier favor que estos les pidan pero, también sabemos que cada vez con más frecuencia a las abuelas se les encomiendan más y más tareas que no es solo el cuidar de los nietos.
Esas abuelas cuidan con amor a sus nietos con la buena intención de que sus hijos puedan salir adelante, como dicen ellas, pero poco a poco se convierten en la agenda personal del hijo o la hija, y continúan tirando de la abnegada abuela dejando al pequeño para ellas ir a la peluquería, el super o lo que es peor salir con amigos porque están estresados por el trabajo.
Pero, lo que raya el cinismo y la boca vergüenza es cuando la pareja se va a comer fuera de casa o a pasar el fin de semana a alguna playa del sur, por ejemplo, lo más duro en ocasiones es que la abuela se entera cuando están a punto de salir y con un pie en el coche. Se podría pensar que se comportan de este modo por si la “cuidadora” se animara a ir con ellos.
Ellas no pretenden que se las lleven a todo sitio que visiten, pero una vez al mes no estaría mal.
El síndrome de la abuela cuidadora-esclava está clasificado como un cuadro patológico que está afectando a las mujeres de nuestro tiempo   dañándolas  psicológicamente al estar saturadas de momentos regidos por el reloj que le recuerda que tiene que recoger al niño del colegio, realizar las tareas de la casa, comida para los padres incluida, porque no han dejado nada preparado en su casa.
Los síntomas del síndrome se manifiestan con dolor de cabeza, hipertensión, decaimiento o tristeza entre otros.
Quienes lo padecen no manifiestan lo que llevan sobre sus espaldas, si vistan al médico lo callan de igual modo que lo ocultan a la familia a la vez que continúan llevando a sus espaldas la responsabilidad de su propia casa, la de sus hijos, y por supuesto, el cuidado de los nietos.
Esta falta de sinceridad hacia los demás viene originada por unas costumbres, casi ancestrales, donde se daba por sentado que las madres estaban para eso. Sin embargo es su cuerpo el que le dice que debe aprender a decir que no.
Muchas abuelas han tenido que renunciar a sus actividades en centros, asociaciones vecinales o simplemente a salir con sus amigas.
A esas abuelas les recomiendo que aprendan a decir no, y a los hijos que no sean tan egoístas.
María Sánchez.
Fotos tomadas de la web

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