“Me da lo mismo, que se enteren todos”, así comienza. Su autora, abogada de 49 años. Uno de los niños con los que jugó se llama Juan Pedro, alto, flaco y desgarbado.
Escribe de aquellos juegos y de la mala situación de la familia de su amigo, seis años menor que ella; dos hermanos que entraban y salían a la cárcel, una hermana que huía de la casa familiar y un papá que celebraba el paro cerveza a cerveza. La madre, una amargada, no podía con ellos pero con Juan Pedro ejercía tal autoridad que el chiquillo tenía como tarea diaria algo tan absurdo como barrer el jardín, la acera, la casa y la azotea. Ni sabía ni quería pelear, discutir, por tanto cumplía las órdenes de la madre tirana, abusadora. Nadie sabía que desde pequeño su inclinación sexual no era una princesa, era príncipe. Le gustó un niño del cole pero ya se imaginan. Calificado de compañía poco recomendable los adultos, esos seres a los que los niños no respetan, temen, que no es lo mismo, pusieron muros en esa amistad. Con doce años no era más que una amigo pero las mentes sucias piensan en sucio.
La autora de la carta recuerda que quería estudiar fuera de su pueblo, de su isla. Soñar es gratis. Cuando acabó sus estudios y llegó la Selectividad mamá tirana le dijo. “¿Para qué te pegas esa paliza si del pueblo no vas a salir?, ¿con qué dinero?”. Poco a poco le fue cortando plumas a sus alas hasta el punto de querer dejar los estudios. No sabía las vueltas de la vida. Una vecina conocedora de lo que ocurría en aquel hogar aguardaba detrás de un matojo para saltar en defensa del chico. El plazo, que fuera mayor de edad. Y ese día llegó.
Conocía bien la doble vida de la tirana, las visitas nocturnas que recibía y puso toda la carne en el asador. Tocó en la puerta y sin mediar palabra le dijo “¡búscate quien te barra el jardín que a Juan le vamos a pagar una carrera!”. Protección y ayuda.
Vive en Sevilla y pronto será médico.
FUENTE. https://marisolayalablog.wordpress.com/
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