Por Luis Seco de Lucena
Artículo de opinión
En este país de pícaros venidos a menos y de listillos pero poco inteligentes, la corrupción no es ya una enfermedad, sino una costumbre nacional. Últimamente, los telediarios nos regalan una telenovela diaria protagonizada por políticos del actual gobierno (o más bien régimen de subsistencia), entre sobres, comisiones, escándalos de puticlub y, cómo no, móviles repletos de pruebas que nadie parece haber leído.
Estos nuevos actores del esperpento ibérico llegaron al poder blandiendo la bandera de la limpieza ética, como si fueran quijotes del siglo XXI enfrentándose a la casta corrupta. La corrupción de otros fue vuestro trampolín, Y vaya si os sirvió para saltar. El problema es que al otro lado no estaba la regeneración democrática, sino más bien quítate tú que ahora me toca a mí.
La famosa moción de censura —ese acto heroico, dijeron— fue en realidad un acto más de vuestras corruptelas, una jugada maestra no para sanear la política, sino para colocar a los vuestros, los de siempre, los que nunca habrían pasado una entrevista de trabajo en el sector privado. Porque, admitámoslo: no estamos ante supervillanos de novela negra, sino ante una corrupción de mediocres. Gente incapaz de distinguir entre ética y estética, pero que maneja con soltura el arte de colocar a primos, hermanos, “sobrinas”, y asesores de dudosa preparación en puestos clave.
Mientras se llenan la boca con discursos sobre igualdad, justicia social y feminismo transversal, resulta que algunos de los más fervientes hipócritas del feminismo eran, en su tiempo libre, consumidores de prostitución. Para mí la rubia, para ti la morena. Y si hace falta, lo cargamos a una tarjeta oficial, que para eso está el dinero público: que no es de nadie.
El colmo del cinismo llega cuando se rasgan las vestiduras por lo que ellos mismos hacen puertas adentro. Y mientras la prensa afín barre con escoba gorda debajo de la alfombra, los ciudadanos asistimos al espectáculo grotesco de los mismos que vinieron a limpiar manchándose hasta el cuello. Claro que, según ellos, todo son montajes, conspiraciones, bulos... y, por supuesto, presunciones. De inocencia, claro.
¿Hasta cuándo el país aguantará este circo? Probablemente hasta que el siguiente escándalo tape el anterior. Porque aquí ya no se dimite por plagiar una tesis ni por llenarse los bolsillos con dinero sucio. La indignación se desgasta rápido, y la memoria del votante dura lo que tarda en llegar la siguiente subvención.
Así estamos. Entre corruptos y presuntos, entre mediocres con poder y poderosos sin vergüenza, entre discursos huecos y bolsillos llenos. El cambio prometido que nunca llega. Lo que sí llegó fue otra camada de pícaros modernos, que aprendieron rápido las viejas mañas, solo que estos además son uno cutres.
Pero bueno... de momento, todo es presunto. ¿Verdad?
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