En estos días de intenso calor, me vino a la memoria los tiempos en los que las mujeres se
veían obligadas a acudir a las acequias para lavar la ropa de la casa o de alguna señora de
bien que pagaba para que le realizaran este trabajo tan pesado.
Entre las acequias más famosas, recuerdo la del barranco Real situada en San José de las
Longueras, o la de la calle del El Roque entre otras muchas.
Por hablar de las más conocidas para mi, no puedo pasar por alto; las cantoneras que se
encuentran por la zona de Los Picachos o aquellas otras que estaban en el Campillo y que
regaban las plantaciones de plataneras y algún tomatero.
Siempre recordaré a las señoras que portaban sobre sus cabezas grandes barreños llenos de
ropa más uno o dos baldes en las manos. De esta guisa pasaban por mi casa bien temprano
para coger las horas más frescas de la mañana, a muchas de ellas un hijo o familiar les
llevaba el almuerzo, ya que la tarea era bien larga.
Las piedras para lavar se marcaban con una pieza de ropa cuando se iban a la casa para
almorzar. Las que tenían fácil acceso se “metían” dentro de la acequia, y puestas de pie
comenzaban a lavar, tender, rociar y poner a secar aquellas enormes cantidades de ropa.
Para paliar el calor se mojaban la cabeza lo que las refrescaban un poco para continuar
dándole al jabón “suasto” Si el tiempo y las ganas acompañaban allí mismo las
almidonaban, siempre bajo la atenta vigilancia del ranchero que no les permitía usar otros
productos que no fuera el jabón.
Una vez terminada la faena recogían todos sus bártulos y de vuelta a casa para seguir
trabajando debían preparar la cena para la familia o la comida para el día siguiente.
Pero el trabajo con la ropa continuaba al día siguiente cuando tocaba; repasar por si había
alguna para cocer o surcir. Luego tocaba planchar y para esto usaban sendas planchas que
se calentaban con carbón, ahí sudaban la gota gorda.
Vaya para estas sacrificadas mujeres mi sincero recuerdo y admiración.
María Sánchez.
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