Para las personas que nunca han tenido la mala suerte de pernoctar en la calle, la experiencia resulta inimaginable. Sin embargo, en el municipio de Telde esta es la realidad por la que pasan muchas personas durante semanas, meses e incluso años.
La apertura de un centro de acogida en los meses donde incidió con mayor dureza la pandemia salvó de esta situación a más de 60 indigentes, pero tras su repentino cierre, el regreso a las calles ha sido imparable y por lo menos cuatro personas aún no tienen un lugar donde residir.
A pesar de tener que vivir una vida al raso, con la preocupación de conseguir comida, protegerse de las bajas temperaturas durante la noche o asearse en baños públicos, y ahora también evitar el contagio del coronavirus, la esperanza nunca falla. Los "sintecho" todavía esperan que su situación pueda cambiar, especialmente bajo la búsqueda de trabajo. “No quiero tener que depender de nadie”, es la sentencia que muchos se tienen marcada, a pesar de que confiesan que aceptar la ayuda de asociaciones sin ánimo de lucro o la solidaridad individual de los vecinos es lo único que los salva. Los cartones y las mantas son los otros medios que tienen para sobrevivir.
Wolf Clemens duerme cada noche en el asiento trasero de su coche, en donde guarda un pequeño y fino colchón y algunas mantas. Por la mañana despierta con la luz del sol, se acerca hasta los aseos públicos del parque urbano de San Juan y se lava la cara con agua fría. Los residentes de la zona ya lo conocen, porque lleva más de dos años viviendo por los alrededores del casco de Telde. Su educación y alegría le han caracterizado y forjado una buena reputación, a pesar de que no tiene una casa.
“La verdad es que todos se portan muy bien conmigo”, asevera agradecido, explicando que los empresarios hosteleros de la zona le ofrecen café y comida, mientras que los propios trabajadores del parque le permiten ducharse en los vestuarios privados. Wolf, que tiene 82 años y problemas de visión, no muestra malestar a pesar de sus trágicas circunstancias. “Sé que por aquí hay casas vacías”, sostiene encogiéndose de hombros, aunque tiene claro que quiere volver a Sevilla, la ciudad en donde residía antes de venirse a la Isla.
Marcos Suárez, teldense de 52 años, es otra de las personas que conocen bien la sensación de dormir mirando directamente al cielo. En su caso ni siquiera ha tenido el gusto de poder sentarse en un sillón mullido, su experiencia ha consistido en cartones dispuestos sobre la misma acera, cerca de la Gerencia del barrio de Jinámar. “Hace unos días un amigo me ofreció vivir en su casa y acepté”, adelanta Suárez, aunque añade que durante meses ha podido conocer cómo se vive en la calle. “Se pasa mucho frío”, admite riendo, aunque con un tono tristón porque la sensación no tiene gracia.
“Una de las cosas que no entiendo es cuando leo que el Ayuntamiento ha acabado el año con dinero de sobra en sus cuentas, ¿no pueden invertir ese dinero en personas como nosotros?”, se pregunta en referencia a las personas sin hogar. Aunque admite que tiene la suerte de recibir comida de uno de los bancos de alimentos del municipio y se mantiene entretenido realizando tareas de voluntariado con las asociaciones del barrio, confiesa que es muy duro llegar a la noche y saber que no tiene donde descansar, pegarse una buena ducha y después dormir con toda tranquilidad. “Antes de ingresar en el albergue también estuve cuatro meses viviendo en la calle; he estado durmiendo al lado de un parterre, que he mantenido todo lo limpio que he podido, subraya. “Me han prestado mangueras para poder regarlo; además usaba una botella para tirar todas las colillas y así no ensuciar la calle”, asevera.
Sus circunstancias personales son difíciles. En el caso de Wolf explica que vivía en la península cuando fue redirigido al centro de una onegé que opera en Las Remudas, pero cuando llegó con sus maletas no le dejaron quedarse. En el caso de Suárez fue el romper con su pareja lo que le dejó sin vivienda. “Tengo diez hermanos y me he quedado en algunas de sus casas, también con amigos, pero no mucho tiempo porque tampoco me gusta abusar de la ayuda; quiero arreglar mis cosas por mi cuenta”, asegura. No son los únicos con historias engorrosas. Manuel Trujillo, que pernocta en las escaleras del centro de salud del barrio, o Alberto Fleitas, que tuvo que trasladarse a las dependencias vacías de la Casa de la Condesa, en la parque municipal denominado con el mismo nombre, son otros compañeros que conocieron en el albergue que sigue aún sin un sitio donde vivir.
A pesar de que el centro fue un salvavidas para muchas personas del municipio, no todas llegaron siquiera a residir en él. “Todas las mañanas veo gente salir del parque, duermen allí por la noche; también rebuscan en las basuras”, alerta el alemán, que no lamenta su situación sino que empatiza con el resto de personas. “No me parece que nos estén ayudando como pudieran hacerlo”, añade por su parte Suárez. El albergue temporal se instaló en primer lugar en la cancha interior del polideportivo Juan Carlos Hernández y después fue trasladado al antiguo RAM de Pedro Lezcano. Aunque este espacio permaneció abierto varios meses después de que concluyese el confinamiento, hace casi un mes que el Ayuntamiento anunció su cierre definitivo. El alcalde, Héctor Suárez, manifestó que este recurso ya no era necesario y aseveró que desde el área de Servicios Sociales, que dirige el concejal Diego Ojeda, habían conseguido efectuar la reubicación de los 24 individuos que continuaban recibiendo las atenciones del equipo contratado para la gestión y control del centro.
“Me despertaron una mañana, me dijeron que tenía que irme porque iban a cerrar”, relata Clemens. Aún está sorprendido por la rapidez con la que sucedió todo y aunque sabe desenvolverse bien en la calle, admite que está deseando irse otra vez a península. “Estoy cobrando una pensión por jubilación y pienso comprarme un billete de avión para volver a Andalucía desde que pueda, porque ahí se en donde puedo encontrar un lugar donde dormir”, añade. Por otra parte, Suárez añade que está deseando trabajar aunque manifiesta que está preocupado porque las circunstancias que ha tenido que vivir “no me han dejado la cabeza en su sitio, tengo depresión”, explica apurado. Y a pesar de que ahora está residiendo momentáneamente en casa de un amigo, explica que durante su tiempo en la calle pensaba constantemente “¿cómo voy a conseguir trabajo si no tengo un lugar donde llegar para poder ducharme y descansar?”
La situación es compleja, pero sobre todo lo que más le molesta del asunto es que “nos dijeron a todos que nos fuéramos del centro hace tres semanas, cuando aún sigue abierto”, denuncia, ya que el albergue continúa funcionando aunque sólo permanecen tres personas ahí, a las que se les está tramitando el alquiler de una vivienda. “No entiendo por qué a ellos sí le han dado esa alternativa, pero a mí por ejemplo me indicaron que me fuera a un centro en la capital: no quiero marchar”, añade.
Desde la administración local han anunciado la reserva de una partida de 700.000 euros en los próximos Presupuestos Generales, que se encuentran aún en fase de alegaciones, para la construcción del primer centro oficial para las personas sin hogar con el que contará el municipio. Por otro lado, desde el departamento de Servicios Sociales han insistido en que se ofrecieron alternativas habitacionales a todas las personas que residieron en el albergue, aunque algunas como Suárez no las aceptaron por no sentir que fuesen la mejor opción para su situación. Judith Pulido. laprovincia.es
fuente: http://www.revistatara.com/index.php?tags=Canarias%20Noticias%20Servicios%20Sociales&pag=view_new&nid=30201
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