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miércoles, 27 de noviembre de 2019
No era su casa
Marisol Ayala.
Nunca aceptó que era adoptada, aunque de no haberlo sido su vida no tendría nada que ver con la vida que ha vivido. Con seis años llegó a la que sería la suya y nueva familia. Esos padres eran generosos y siendo la única niña de la familia creció entre algodones, no le faltaba ni gloria, pero no era cariñosa. Más bien arisca.
Le hicieron la vida tan fácil que no valoraba nada. De tal manera que la adolescencia fue una batalla campal. Los que estaban en su entorno veían que su carácter empeoraba y que nadie era capaz de frenar sus desmanes, especialmente con su madre. Lo que llegó a la casa como un regalo derivó en una joven malcriada que poco a poco se hizo dueña y señora de sus vidas. Los padres eran incapaces de ordenar el caos así que poco a poco comenzaron a llegar a casa pandillas de amigos sin respeto a nada ni a nadie.
A estas alturas, ya con 17 años, los papás adoptivos eran conscientes de que esa joven estaba dispuesta a amargarle la vida a una familia generosa. Un tío de la niña, hermano de la madre, lo observaba todo y pensó en el mañana, en el futuro que esa mujercita depararía a la familia que con tanto amor la recibió al hogar. Un dilema. Los padres querían a la chica, pero asumieron que no eran capaces de reconducir su comportamiento. Le dieron mil vueltas a una solución y fue ese tío quien se atrevió a verbalizar su opción. La madre adoptiva reconoció que no podía con la chica y con el dolor de su alma se asesoraron para que la mujercita fuera devuelta en un centro de la Administración de menores, o en todo caso, un centro en el que recibiera todos los cuidados y reeducarla. Ellos no podían.
Asumieron el fracaso y vivieron esperando un milagro que nunca llegó.
fuente: https://marisolayalablog.wordpress.com/
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