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lunes, 10 de marzo de 2014

Los monasterios que cuelgan de las nubes


Los lugares no se conocen de paso. De paso sólo se intuye, se mira y se escucha. Crónica pues de largas jornadas de carretera, gasolineras, fronteras, bares, hostales y de unos monasterios a los que se trepa por eternas rocas. Crónica de nuestra ruta por Montenegro, Albania, Macedonia, Grecia y llegada a Estambul. Perdonen los fallos en la mirada.

No recuerdo bien como sucedió. Creo que giramos al salir de la ciudad de Bubva, Montenegro, la segunda a la izquierda, tras dos rotondas a la derecha, hicimos una larga recta y tras un giro muy cerrado en cuesta que dejaba el mar a nuestras espaldas apareció el barro. Estaba allí y poco a poco lo ocupaba todo. Era como si al mundo que ahora contemplábamos le hubiera caído un manto de polvo. Sin más, lo que apareció ante nuestros ojos fue la pobreza. Yen Europa, esa pobreza, llama más la atención por cuestiones de cálculo.
El Montenegro del interior estaba encapotado allí donde mirábamos. A las ciudades les comenzaba a faltar gente como si estas no tuvieran motivo para mostrarse. Adelantábamos mulas que tiraban de carros con torpeza y tras la ventana del coche observábamos casas con sus puertas y techos doblados y un campo en el que no crecía nada que no fueran bolsas de plástico abandonas por desuso.
Horas después se acabó Montenegro, tras pasar por su capital,Podgorica, con una mezcla de alegría y tristeza en nuestra memoria. De la belleza y grandeza de su costa y su inolvidable bahía de Kotor pasamos a aquel mundo en el que las sombras ocupaban todo, hasta a ellas mismas, sin dejarse ver. Se acabó el país en una fugaz mirada, una percepción, una ventana con forma de palco desde la que el mundo puede ser equívoco.
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