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jueves, 22 de agosto de 2013

Muerte del campo:


En el campo, ya no hay vida económica, ni social, ni familiar, ni de nada. En el campo, solo vive la tabaiba, que se enseñorea y lo invade todo, con una superprotección, cual si oro fuera o una planta sagrada. Ella –la tabaiba- entra en un cercado y ya el dueño del terreno, no puede ni tocar su tierra, ni plantar nada en él, porque hay que respetar a la tabaiba como cosa divina e intocable. Tabaiba, que mata, que ciega, que es dañina, mala, ruin. No sirve para nada; nada se obtiene de ella, y ella es la señora y dueña de la isla. Nos tendremos que ir de casa, porque como se nazca en el patio, ya no se puede salir de casa, porque esa tabaiba es divina, y no se la puede ni tocar. Si por lazos del diablo, te estorba una rama, y la quitas, más vale que te quites la vida, porque te van a multar con lo que no tienes ni para comer, y te arruinan, y hasta te puede costar la cárcel dependiendo del tamaño del daño a la llorona tabaiba, que derramará lágrimas amargas y blancas: su leche. 

Toda una desgracia si tocas una tabaiba, al margen del daño personal, el que te cae encima, y es tanta la protección, que fotografiadas y contabilizadas, a pesar de su número en billones y billones de ejemplares, y que ya ocupan una tercera parte de la isla, y va camino a completarla y encerrarla bajo su sombra maléfica. Y conste las hay hermosas, como la gigantesca de un metro de ancho solo el tronco, con ocho de ancho su ramaje y cuatro de altura, y ello en el camino al Tagoror Rojo (pueden verla fotografiada, con un joven a su lado –para que se aprecie su tamaño- en mi libro (perdón por la auto cita): “Alma Guanche”, que tabaibas han dado nombre a distintos sitios aún repetido como es El Tabaibal, sobre la punta del Descojonado, entre Tasartico y Güi-Güí, y hasta ya son muchos los que repitiendo mi idea (perdonen por auto citarme por segunda vez), llaman  a la isla grantabaibal –con minúscula-, y a las 7 islas (incluida La Graciosa, que quiere ser la octava, y quitarle esa denominación a Venezuela), digo que al “archipiélago” lo llaman El tabaibal o Tabaibal a secas. Cierto, que los guanches, las utilizaban para la pesca, pero dado que es actividad prohibida, pues, ¡ni eso! Sus defensores dicen que de ellas se hace chicle, pues por mí que las mastiquen todas, pero un servidor, ¡ni lo intenta! Me vale que los conejos se come algunas, cuando les llega el hambre y se quedan sin nada que roer; también he de decir, que el Domingo de Ramos, me llevé una enorme y gran alegría al descubrir en Amurga, a unos gusanos tamaño y grosor de un dedo de la mano, con un más y o menos, se las comía chupándolas y secándolas, y de verdad, que habían  sectores o zonas totalmente eliminadas de su maldita presencia, y rezo porque la larva, bichos o plagas se extienda por toda la isla a ver si acaban con ellas, y vuelve la vida agrícola y ganadera, que la dichosa tabaiba impide o dificulta, y ello de tal manera y magnitud, que nada se produce por culpa de ella, y toda tierra está expectante para recibir a tamaña huésped, que la envenena, y esteriliza el terreno de por vida, matándolo y de ahí, al no poder haber agricultura, ni ganadería por culpa de ella, la tabaiba, que es la causante –por la permisividad y superprotección del miedoambientesepronilcabildicio, que la adora, y castiga muy severamente y sin consideración o atenuante alguno, al que ose violarla, y de ella, correr su leche. ¡Y pensar, que Carmela, allá en El Roque (Tejeda), subiendo de niña, con sus cabras desde el barranco de La Higuerilla hacia su Degollada, lo hacía arrancando cuanta tabaiba se nacía e incipiente mostraba ya sus tiernas hojas, para que nunca más llegaran a mayores, cometiendo lo que ahora -si lo hiciera- sería su condena a muerte por tal arboricidio! Disculpe que no les haya dicho una sola virtud de la tabaiba, y es que si usted tiene un perro raquítico porque se lo come la lombriz o lo que sea, basta que le ponga una gota de la leche de tabaiba en su comida, para que el chucho mejore y se vuelva un hermoso can; pero, ¡ojo con la dosis! Porque si le echa más de una gota, te quedas sin chucho, como sin abuelos un servidor (pero extraiga esa gota de la tabaiba de noche y con disimulo, porque observadas hasta por satélite le puede resultar muy cara la medicina del perro, por lo que le aconsejo, que mejor lo deje morir antes que curar, porque esa medicina le puede salir pero que muy cara, y que si se lo cuento es para su propia cultura, y no para que lo haga). Igual que con lo de Carmela (eso pertenece a la Historia sabia de otro tiempo); al presente, ¡ni se le ocurra imitarla, eso sería su mayor desgracia. También recuerdo, que la sabiduría del campo –en otro tiempo- a un laja o a un gandul, o a alguien que no se movía y no daba un palo al viento, se le decía en señal de inutilidad o vago, lo de: “¡mira al tabaiba ese!”, o algo parecido, como: “¡muévete tabaiba del carajo!” Y, para ir concluyendo –o terminando- contarle, que Pepito Guedes, el pastor, me dijo –comentándole un servidor, que las coles, lechugas, alcelgas y demás, me las comían las babosas y las lagartas, me dijo, que. Les picara fino tabaibas y eliminaba toda esa pudrición, pero ¡quiá, ni me se ocurra!, porque entonces no vuelvo a ver la luz del sol, sino en los patios de la prisión, y ello después de pagar enorme multa.

autor fernando baez


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