lunes, 7 de diciembre de 2015

“A Pablo Iglesias hay que pegarle un .....”


Estuve encerrado durante 139 días que se dividieron en tres etapas. En la primera etapa, pasé en el hospital casi la mitad del tiempo por una huelga de hambre de 22 días, en la segunda estuve 30 días encerrado por un informe falso o equivocado de los servicios de inteligencia militares y en la tercera, pasé 49 días por afirmar que no participaría nunca en una intervención militar en Catalunya (algo que en cualquier democracia moderna no haría falta ni mencionar y no habría supuesto castigo alguno).
En ese segundo arresto, el provocado por un informe falso o equivocado de los servicios de inteligencia militares, tuve relación con dos suboficiales y un oficial. Uno de los suboficiales llevaba tatuado el águila franquista en la pierna y el teniente coronel era asiduo escritor en la Fundación Nacional Francisco Franco (en el tercer encierro me aislaron para que no mantuviera relación con nadie). Aquello no podía salir bien y no salió.
Había un soldado negro al que denominaban “mono”, había una soldado que creían que era lesbiana y hablaban de ella con desprecio calificándola como “híbrido”, había otro militar del que uno de los sargentos afirmaba que era gay y se referían al mismo como “marica”, la televisión informaba que habían matado a un ultra del Deportivo de la Coruña y se lo merecía o aparecía Pablo Iglesias (“tu amigo, el coletas”) y había que pegarle un tiro o un taponazo. Todos reían con esa tranquilidad que da tener al sistema de tu parte.
Fueron muchas las veces que me enfrenté a ellos hasta que decidí informar al jefe del Establecimiento Disciplinario (que se estaban produciendo manifestaciones xenófobas, homófobas y antidemocráticas), pero no hizo nada al respecto. Ni tan siquiera se le dieron credibilidad y eso que, como he dicho antes, uno de los sargentos tenía tatuado el águila franquista en la pierna y el teniente coronel escribía, con mucho orgullo por otra parte, en la Fundación Nacional Francisco Franco.
El día que me liberaron del último encierro recibí notificación de la apertura de un expediente disciplinario para intentar privarme otros 60 días de libertad porque uno de los sargentos, destinado en Badajoz, precisamente el que tenía tatuado un águila franquista en la pierna, informó que yo había hecho manifestaciones contra la bandera y la constitución (¿¿¿???). Lo cierto es que me he manifestado en multitud de ocasiones, pero dudo que nadie me haya oído decir nada contra la bandera o la constitución. No tengo reparos en reconocer que cambiaría la constitución sin dudarlo pero de ahí a manifestarse contra ella… Bien, pues le dieron credibilidad y me llamaron a declarar. Al final no pasó nada porque todos sabían que en breve sería expulsado y las elecciones municipales se acercaban, de no ser así es muy probable que hubiese sido sancionado de nuevo.
Creo que mi experiencia demuestra que los demócratas hemos sido maltratados y expulsados sistemáticamente de las Fuerzas Armadas por hacer manifestaciones progresistas y democráticas mientras que los que han tenido comportamientos o han realizado manifestaciones retrógradas, fascistas o antidemocráticas continúan en ellas. Por ello mismo, no me extraña que simbología como la perteneciente a la división azul se muestre sin ningún tipo de reparo o haya un teniente que hable orgulloso de Hitler. Y no me extraña porque ellos (los responsables), aun después de esta publicación, seguirán siendo militares. El sistema no solo no los depurará, sino que los protegerá, enviando un mensaje inequívoco a todos los demás: los militares que exhiben orgullosos símbolos o hacen manifestaciones franquistas o fascistas son bienvenidos, pero los militares que hablan de democracia, libertad o derechos son expulsados.
Sabiendo que hay miembros del PP que comparten ideología franquista es normal que muchos militares se sientan potenciados, ya que parece difícil que el gobierno intente erradicar de forma sincera actitudes que miembros de su partido comparten.
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Así pues, una parte del problema es que los altos mandos, los oficiales, los jueces militares e, incluso, los políticos de determinados partidos simpatizan con estas ideologías y repudian las contrarias, lo que complica mucho conseguir un cambio real. El sistema lo que intentará es perfeccionarse para que estos comportamientos no trasciendan, no para solucionarlos, porque lo realmente molesto no es que se produzcan, sino que se conozcan. Por tanto, es muy probable que se amenacen, controlen, castiguen y persigan más a los militares, sobre todo a los que hayan podido filtrar la información, que se esfuercen en implementar medidas efectivas para terminar con este problema.
Lo preocupante es que no se trata de un hecho esporádico. En los años ochenta hubo muchos militares que zarandearon, insultaron y amenazaron al general Gutiérrez Mellado y a otros militares que apostaron por la democracia, lo que llevó al general Marcelo Aramendi, que no soportó la presión, a suicidarse. Es sabido también que los militares golpistas fueron tratados más como héroes que como los delincuentes que eran (el mismo rey, D. Juan Carlos I lo auspició), al tiempo que los militares demócratas (UMD) fueron defenestrados. Más recientemente, el expresidente Zapatero y el exministro Bono tuvieron miedo de un “pronunciamiento” (no militar) durante la redacción del Estatut por el escándalo del Teniente General Mena (2006), lo que les hizo intervenir las comunicaciones de muchos altos mandos (no hubo sanciones, ni ceses, ni expulsiones).
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La realidad es que nadie ha pagado hasta ahora por conductas y comportamientos marcadamente antidemocráticos, cuando somos muchos los cadáveres en la cuneta de los demócratas (y eso que a ciertos niveles somos considerablemente menos). Es más, como hemos podido ver en la mayoría de las sanciones a los antidemócratas se percibe un enorme carácter protector, incluso con los golpistas encarcelados.
En el lado contrario se puede encontrar el cese del exJEMAD Julio Rodríguez cuando decidió unirse a Podemos. En lugar de recibir el respeto de los políticos y los militares, lo que recibió fue el maltrato de la vicepresidenta, el desprecio del ministro y el ministerio y las cartas, amenazas e insultos de muchos militares. Todo ello innecesario por completo. Sangrante resulta si se compara con el trato recibido por el teniente coronel del cuerpo jurídico, Miguel Ayuso, (y juez militar en activo) cuando llamó bastarda a la constitución, renegó del Rey y calificó la guerra civil de cruzada (en Intereconomía -Televisión-). Quisieron ascenderle a coronel hasta que el escándalo saltó a los medios, momento en el que le volvieron a proteger: le mandaron a la reserva sin cese y sin sanción. Salida diplomática.
Si los mandos militares son capaces de zarandear a un vicepresidente del gobierno, son tratados como héroes en lugar de como delincuentes cuando dan un golpe de estado, son tratados con cautela en lugar de ser detenidos y puestos a disposición judicial cuando pretendían hacer un pronunciamiento, menosprecian e insultan a un compañero por enrolarse en un partido político o se pretende ascenderlos cuando insultan a la constitución o denominan la guerra civil como una cruzada (en televisión)… Si pasa todo esto sin que se produzcan consecuencias es que ha llegado la hora de hacer lo que tendríamos que haber hecho hace cuarenta años regenerando la cúpula militar para que sea plural. Ha llegado la hora del cambio.

Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra y autor de las novelas “Código rojo” (2015) y “Un paso al frente” (2014).
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fuente : http://blogs.publico.es/un-paso-al-frente/2015/12/07/2643/

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