domingo, 22 de septiembre de 2013

El renacimiento de Gorongosa


D urante el monzón de verano, entre finales de noviembre y mediados de marzo, las nubes cargadas de lluvia viajan hacia el oeste con los vientos alisios del océano Índico, en dirección a Mozambique. Tras llegar a la costa, refrescan los bosques miombo de la meseta de Cheringoma y a continuación, la sabana y las praderas de llanura aluvial del Gran Rift Valley. Por último, chocan con las la­­deras del monte Gorongosa, donde liberan un torrente de lluvias, como una bendición.
El macizo de Gorongosa, cuya cota más elevada alcanza 1.863 metros de altitud, recibe casi 2.000 milímetros de precipitaciones al año, cantidad suficiente para mantener una exuberante selva en la cumbre, y al este, en el Rift Valley, un parque que fue uno de los refugios de fauna con mayor biodiversidad del mundo. Antes de que la guerra civil de Mozambique hiciera estragos en él, el Parque Nacional de Gorongosa tenía elefantes, búfalos africanos, hipopótamos, leones, facóqueros y más de una docena de especies de antílopes. Ahora algunas de esas poblaciones se están recuperando, gracias sobre todo a Greg Carr, empresario y filántropo estadounidense que dirige un proyecto para restaurar Gorongosa. En 2010 el Gobierno mozambiqueño corrigió un error que databa de la fundación del parque, y expandió sus límites para incluir el monte Gorongosa, fuente de los ríos que le dan la vida.
En verano de 2011 visité Gorongosa para apoyar a Carr. El parque es un lugar excelente para dar a conocer la importancia de la biología de la fauna salvaje y lo emocionante que resulta dedicarse a ella en estos tiempos. La selva de la cumbre del monte Gorongosa, cuya extensión es de unos 75 kilómetros cuadrados, es una isla de biodiversidad en un mar de sabanas y praderas. Al ser de difícil acceso, sigue prácticamente inexplorada por los biólogos. De las hormigas, mi especialidad, no se sabía nada cuando llegué. Para un naturalista no hay imán más poderoso que una isla inexplorada. Cuando visité el monte Gorongosa en mi primer viaje a África, mis baterías estaban cargadas al máximo ante la perspectiva de nuevas sorpresas y descubrimientos.
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