Cuando escuchamos esta palabra temblamos como una hoja y los pelos se nos ponen como
escarpia al pensar que en algún momento podría tocarnos a nosotros, o algún ser querido.
Nos preocupamos enormemente al primer indicio de un olvido, de no recordar un nombre
cuando hablamos o al quedar nuestra mente en blanco en el momento en que mantenemos
una conversación.
Nos recorre un sudor frio por la espalda y por nuestra cabeza pasa la peor película de terror
jamás vista, inmediatamente recordamos nuestra edad a la vez que pensamos, “Ya me
tocó” Pero, por suerte, estos síntomas no siempre son indicios de que podamos padecer
esta enfermedad.
Debemos entender que, a medida que envejecemos, todo nuestro organismo sufre un
deterioro general que, poco a poco, va cambiando nuestra vida para hacernos más
vulnerables y dependientes de las personas que nos rodea. Del mismo modo que nuestra
vista no es lo que era y que nuestras piernas casi no nos mantienen, a sí también, nuestra
memoria va fallando.
Si bien debemos visitar al médico, estos síntomas no significan que ese “señor alemán”
este adueñándose de nuestro cerebro, solo que es una señal más de que nos hacemos
mayores.
Según los neurólogos es casi normal que se nos olviden, sobre todo, los nombres propios o
no recordar dónde pusimos las llaves. La diferencia está en que la persona que comienza a
sufrir esta enfermedad da vueltas por la casa mientras abre roperos y cajones pero sin saber
qué está buscando.
María Sánchez.
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