Las calles permanecen aún en penumbras, las sombras de la noche permanecen pegadas a las paredes formando parte de las casas donde el silencio no se atreve a despertar.
Allá a lo lejos se escucha el canto de un gallo que, como un eco interminable, recorre las calles solitarias. Un perro le responde de una cercana finca donde las vacas mugen llamando al ordeño.
Poco a poco y no sin cierta pereza, se vislumbran unos tímidos rayos de sol detrás de la montaña más alta, las sombras trepan por las paredes, como ramas de hiedra que se aferran para no abandonar de la tranquilidad y el silencio reinante.
Al fondo de la calle se escucha el traqueteo que producen las ruedas del primer carro al que, durante el día seguirán otros más. Cada uno de ellos se dirige a las diferentes plantaciones de tomateros que hay a las afueras del pueblo.
Poco a poco, se escucha como se van abriendo las puertas por donde asoman las mujeres que marchan a la zafra del tomate, los niños, medio adormilados aún, se encaminan a los colegios mientras lo mayores caminan, cargando los cacharros, hacia el pilar desde donde acarrean el agua para el gasto de la casa.
Y, así, es como despiertan cada día las calles de mi pueblo.
María Sánchez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario