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martes, 26 de abril de 2022

Frase y cuento de mi serie: Meditando en un templo Shaolín.

                            

Queridos lectores...

Pobre de aquellos que se crean poseerla verdad absoluta.

Medita.

Mediten.


Yo no la tengo,

ni sé dónde se encuentra,

por eso solamente medito,

por eso soy feliz.


CUENTO: VERDAD ABSOLUTA.


—Maestro Li... —El peso de su conciencia paró el sutil paseo meditativo justo cuando un rayo de sol, anaranjado, cuasi invisible a la vista humana, le fijó el punto exacto donde debía hacerlo.

—¡Dime, T’ien T’ai! —El color de la atmósfera que les rodeaba fulguró ataviada de armonía y paz en espera de una enseñanza de vida.

—¿Qué es verdad y qué no lo es, maestro? —El discípulo se agachó para recoger del suelo el aliento espirado del rayo de sol que había desaparecido a sus pies: pero no pudo hacerlo.

La experiencia personificada en ser humano reflexivo y bondadoso lanzó un suspiro, cerró los ojos y después de un instante convertido en eternidad exhaló:

—Observa como el viento mece las copas de los árboles —T’ien T’ai elevó su cabeza siguiendo el consejo y estuvo un cierto tiempo contemplando cómo el verde de las hojas pintaban líneas invisibles en el azul del cielo.

—Y ahora dime, distinguido discípulo, si es verdad que las copas de los árboles son mecidas por el viento...

—Es verdad, maestro Li.

—¿Y cómo sabes que es verdad lo que afirmas como verdad?

—Porque mi vista y oídos me lo confirman.

—Y si estuvieras ciego y sordo. ¿Seguiría siendo verdad que las copas de los árboles son mecidas por el viento?

—Sí, pero yo no podría afirmar que es verdad, porque no podría comprobarlo, ni demostrarlo...

—Entonces estarás de acuerdo conmigo que para saber que una cosa es verdad, en este caso un fenómeno físico, necesitamos de nuestros sentidos, pero que aunque no lo logremos confirmar que así sea no deja de existir la posibilidad de que sea verdad lo que no confirmamos...

Maestro y alumno siguieron su paseo, en silencio, meditando cada paso, cada palabra, cada gesto, cada pensamiento, hasta llegar a la orilla de una playa.

—Maestro Li... —El peso de su conciencia paró el sutil paseo meditativo justo cuando otro rayo de sol, en este caso azulado, también cuasi invisible a la vista humana, le fijó el punto exacto donde debía hacerlo al discípulo.

—¡Dime, T’ien T’ai! —El color de la atmósfera que les rodeaba volvió a fulgurar ataviada de armonía y paz en espera de una enseñanza de vida.

—¿Existe la verdad absoluta? —El discípulo se agachó para recoger del suelo el aliento espirado del rayo de sol que había desaparecido a sus pies: pero no pudo hacerlo.

La experiencia personificada en ser humano reflexivo y bondadoso lanzó un suspiro más profundo que el anterior, cerró los ojos con más serenidad que la última vez y después de un instante convertido en eternidad exhaló:

—Observa, T’ien T’ai. ¿Cuántos granos de arena hay en esta playa? —El discípulo se concentró en responder con exactitud— ¿Cuántos son acariciados por el mar y cuántos son transportados por el viento de un lado a otro? Y ahora me podrías decir. ¿Cuál de ellos posee la verdad absoluta? Si ninguno está en el mismo punto, ni le acaricia el mar de la misma forma, ni lo transporta el viento con la misma intensidad —T’ien T’ai, abrumado por el reto, se tomo su tiempo en responder con meditada coherencia y la máxima exactitud.

—Ninguno, maestro Li —concluyó con contundencia, pero seguido se dio cuenta que su afirmación, su verdad, no era absoluta y argumentó—, pero esto es así porque sus realidades, necesidades y experiencias son distintas; pero aún afirmando esto me doy cuenta que hay una verdad que lo armoniza todo...  

—Por lo tanto la verdad absoluta no es un círculo cerrado, más bien vendría a ser como un espacio abierto a múltiples interpretaciones... ¡Pero claro! Ésta es solo mi verdad. ¿Entiendes?

Maestro y alumno siguieron su paseo y cuando llegó la hora de partir al mundo exterior T’ien T’ai, se despidió de su viejo maestro con una humilde inclinación de su cabeza y éste, de él, con una serena sonrisa que exhalaba paz, y desde que comenzo su peregrinar por el mundo hasta que regreso de nuevo al templo, nunca, en sus interacciones verbales con quienes se cruzaba en su camino, nunca afirmó, como verdad absoluta, cuantas enseñanzas repartía, como ojas caidas de un árbol en otoño; pues, él, eligió pedir que meditaran sus enseñanzas y que nunca las asumieran como verdades absolutas, pues éstas podían formar parte de un todo mayor...

Por un mundo mejor, por una sociedad más justa. 


Alejandro Dieppa León. 

ADLEÓN. ☯

 

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